Las
botas resonaron por los pisos lustrados. La estructura temblaba por el golpeteo
isócrono de un centenar de botas sobre el suelo. Todos iguales, todos
coordinados, disciplinados. Así era como le gustaba a su general, el orden que
conforma totalmente, debido a que se puede sostener como si se lo tuviera entre
las manos. El general que observaba por la ventana del palacio se giró complacida,
esta era la archiduquesa de Ephira. La joven mujer, parecía un poco mayor,
quizás debido a sus experiencias y un poco por su vestimenta. Su cabello
oscuro, negro como su traje, contrastaba con su piel clara. Caían sus mechones
en ordenadas ondulaciones sobre el traje que era una rara mezcla entre algo
parecido a una armadura y un corset.
-¿Y
bien? ¿Que tiene este bufón que decir antes que lo ejecute?-
El
lugarteniente empujó el hombre arrodillado, para instarlo a hablar, o para
obligarlo, lo mismo daba.
-Lo
que digo es cierto, milady.-respondió el joven que sentía terminar sus días más
pronto de lo debido.-Aunque su sargento no me cree. Lo que digo es verdad.-
-¿Y cuál
es esta verdad, bardo? ¿Cuál es tu nombre?-inquirió la mujer al mando.
-Johan,
milady.-
-Continúa.-
-Yo
venía caminando por la costa, acababa de bajar en el barco que dejaba en el
puerto más a al sur de Desertus. Pensé que esa gente se contentaría con un poco
de música, ese es mi trabajo, por lo que me encaminaba a la ciudad principal
para…-
-Al
punto.-interrumpió de mal humor la archiduquesa.
Johan
se removió nervioso, sonrió estúpidamente y se acomodó las ropas, de por si
mugrientas.
-La
cuestión es que en Desertus… los árabes del Sultán no son muy progresivos con
la música, no toleran estilos nuevos o así. Tuve que salir rápidamente, un poco
demasiado.-
Una
mirada grave de la mujer le recordó que debía ir a la parte que a ella podía
interesarla, si también era de su interés conservar la cabeza. Johan maldijo su
mala estrella. Recordando que salir de Desertus con tres legiones de soldados
en sus talones, eran un poco más que irse con urgencia. Creía que su cabeza hoy
tendría precio en esas tierras. Pero no era su culpa, no podía saber que la
jovencita con la que se había besado era una de las concubinas favoritas del sultán.
Todas se veían casi iguales con sus velos. Si su cabeza estaba sobrevaluada, no
iba a informárselo a sus captores. Aunque dudaba que estos fueran muy amigos de
los árabes al otro lado de la frontera, en dirección sureste. Era dudoso que lo
entregaran para que los de Desertus lo ejecutaran. Ellos mismos lo ejecutarían
allí mismo y sin ningún traslado o trámite ulterior, que tanto. Los taranos
eran gente así de práctica, eso debía reconocérselo. Lo desagradable era que
esa practicidad implicaba en la separación de su cabeza y su cuerpo.
-Crucé
a la isla Kerkyra, de incognito en un barco al que pude pagarle
improvisadamente.-
Afortunadamente,
ese mercader se dejó sobornar para que lo cruzara hasta la isla al sur de la península
de Desertus.
-Nomás
de desembarcar en esta isla, me encontré con ciertas extrañas criaturas que
aunque de tamaño reducido no dejaban de ser poco estéticas. Caminé un poco más
y en un valle vi como una gran ciudad en ruinas, donde muchas criaturas de
diversos niveles de horror, rearmaban a su modo las estructuras. En el
horizonte se notaba la oscuridad que los cobijaba, como si una tormenta se
acercara. Pero puedo asegurárselo, milady. Esa sombra no era ninguna tormenta,
era un poder oscuro que maneja a esos horrores de tentáculos y escamas. Como
pudimos, escapamos, pero criaturas marinas igual de horrorosas nos hostigaron
largo tiempo. Una tormenta nos dejó encallados en su costa, no era nuestra
intención molestar. No la mía, al menos.-
La
archiduquesa enarcó una ceja con desconfianza.
-Linda
historia. Aunque poco nos preocupa lo que ocurra en tierras extranjeras, si es
por mí, pueden pudrirse enteros. En Taranis nos ocupamos de nuestra gente, no
de hacer caridad e ir a otros reinos. Tenemos nuestro orden, no lo llevamos
afuera, ya que eso nos traería caos a nosotros mismos.-
A menos
claro que esos “otros” fueran conquistados y pasaran a ser parte de ese nuevo
orden, como esclavos. Aunque esa parte no la dijo, Johan conocía bastante sobre
Taranis como para saber que así era. Un batallón de soldados se acercó por el
pasillo hasta el gran salón donde se encontraban. Llevaban atados a un hombre y
a una mujer. El hombre se resistía un poco y cuando los presentaron ante la
regente de esas tierras, este cayó de rodillas debido a un empujón del soldado
que lo llevaba. La mujer que lo acompañaba se arrodilló a su lado, como protegiéndolo
o refugiándose junto al compañero.
-Ya le
dijimos quienes somos, inmundo animal. ¿Qué más esperan que digamos para que
nos crean?-
-Eso
lo juzgara, milady Engel.-
La
archiduquesa de Ephira los miró como dando a entender que se referían a ella. El
soldado explicó brevemente como los habían encontrado a su señora y esta los
observó, esperando ampliación a esa información.
-Mi
nombre es Ichinén, soy el hijo del duque de Menkalinam, debido a su
fallecimiento, hoy soy el nuevo duque. Aunque no he ejercido nunca mi cargo.
Espero encarecidamente, milady, que se me trate como a un miembro de la
nobleza, tal como corresponde a mi estirpe y a la suya.-
Lady
Engel se acercó a Ichinén y le propinó una bofetada tan violenta y sonora que
lo derramó por el piso, y el guerrero Ichinén no era precisamente pequeño. La
mujer notó que quizás había sido demasiado eso, le dolía en parte la muñeca y
lamentó no pedirle al sargento que lo golpeara en vez de ella.
-Espere.
Déjelo explicarse.-pidió la compañera de Ichinén.
-¿Menkalinam?
¿En la corona de Azaláys? Esa tierra fue abandonada y nadie debe quedar vivo en
ella, desde el caos que se desató. Cualquiera podría venir y decir que es el
rey de Azaláys, para lo que sirve eso. Nunca tuvimos mucho trato con su gente,
solo a través del imperio regente de Mitjaval. Esos inútiles que no supieron
hacer frente al mal que invadió este continente.-
Ichinén
conocía solo su parte de la historia, nunca había viajado durante el caos por
el continente. Al ser vencidas las fuerzas de Azaláys, y todo el reino
destruido, la reina asesinada. Las noticias de Mitjaval eran menos alentadoras,
pero el ignoraba lo que había ocurrido en otros lugares, como Taranis.
-¿Qué
ocurrió aquí?-
Lady
Engel pareció sentirse insultada por esa pregunta, y la repitió rechinando los
dientes, por lo menos tres veces.
-Voy
a decirte que ocurrió aquí.-
Por
más de media hora, la mujer le relató la versión tarana del gran caos. Al estallar
el templo que contenía en Azaláys, muchos males y criaturas del caos, otros
focos de oscuridad se gestaron o renacieron de su letargo de épocas remotas. En
medio de la capital de Taranis, la reconstruida ciudad de Karum; surgió un
volcán de vileza y destrucción. Del pozo ardiente del inframundo, algo más que
un poco de lava, nació. Demonios y sátiros que destrozaron todo. Una cohorte de
señores de la destrucción. Eran cinco, especificó lady Engel. Con ropajes y
piel verde o amarilla, demonios del mundo antiguo, que regían cuando el
universo era más caótico. Llegaba su nuevo momento. Esclavizaron a la población
de Taranis, invadieron todo el país hasta la cadena de montañas que al sur los
separaba de Desertus. Esperaron ayuda de Mitjaval pero esta nunca llegó. El rey
del imperio más grande estaba demasiado ocupado suicidándose, al igual que su
hijo. El desprecio se notaba en cada palabra de la mujer, por todo lo foráneo, pero especialmente por
los de Mitjaval, el reino central. Ella fue enviada a las prisiones demoniacas,
compartiendo celda con alguna otra mujer. Fue usada como juguete y divertimento
de los señores del caos, los demonios se divertían haciendo bailar o
experimentando con su esbirros, probando que podía o no hacer, que podían o no
resistir. Siete años muy duros. Ella no era más que una noble de segunda línea,
tercera hija de un lord venido a menos. No dirigía tierras o ejércitos. Hasta
que un noble de la corte, esclavizado como todos, organizó la revuelta.
Silenciosamente lo había ido planeando. Lady Engel había estado allí, como mano
derecha de Ranzig el terrible. Mote que le daban afuera, pero que ella repetía
con un desmedido orgullo. Terrible era lo que les había ocurrido, terrible
debía ser el hombre que llevara adelante lo que era necesario. Al pronunciar en
alto el nombre de Ranzig, cada soldado del salón se cuadró, alzó el brazo en un
gesto ensayado y vitoreó el nombre de su líder. Todos en perfecta sincronía,
mientras lady Engel sonreía complacida. De todo eso hacía cinco años. Para
Ichinén no había pasado tanto tiempo, esos doce años desde su partida, para él
habían sido menos, debido a que había entrado y salido de diferentes mundos y
tiempos.
-Me
hacen acordar a los nazis entre los que me infiltré, cuando rescatamos a
Anne.-le susurró Victoria a Ichinén, mientras todos estaban distraídos vanagloriándose
de su guía.
Lady
Engel finalizó su relato, con el recuento de la familia superviviente del
líder, algunos de sus hijos, excepto dos que habían fallecido en esa guerra. Su
esposa, su hermana y tres de sus hijos eran los que quedaban. Afortunadamente,
para ellos claro, esa familia se había agrandado con tres nuevos hijos, Wysk y
los gemelos; que eran la esperanza del futuro para Taranis.
-¿Qué
hacemos con ellos? ¿Será ciertamente un noble?-inquirió el sargento, no
sabiendo que pose adquirir.
-El gran
líder sabrá que hacer.-respondió la archiduquesa, para luego dirigirse a
Ichinén.-Tendrán el placer de conocer al gran líder. El decidirá qué haremos
con ustedes.-
Poco
rato después, mientras lady Engel los ahogaba con preguntas, la gran puerta del
interior del salón se abrió. Ichinén y Victoria respondieron lo que pudieron
aunque muchas cosas extrañas las callaron. Se daban cuenta que viajar a otros
mundos, no iba a ser bien recibido entre gente que había sufrido invasiones de
demonios dimensionales. Simplemente dijeron que venían de otras tierras. Ni que
hablar de que sus compañeros de viaje eran dos gatos, y que encima hablaban. A
todo esto, Teban y Dulce, intentaban infiltrarse discretamente por la ciudad.
Los soldados los habían ignorado por completo, creyéndolos simples animales del
campo. Apenas uno había visto pasar un borrón gris y blanco cerca de su bota,
amagando una patada que no llegó a dar en el blanco.
Lady
Engel notaba que algo escondían, por lo que continuaba sus inquisiciones. El
sargento estaba cada vez más aburrido y desconfiaba que eso fuera verdad.
-No
sabemos si es verdad que sea el duque de donde dice.-espetó el sargento, de
mala manera.
-Lo es.-respondió
con fría simpleza la regente de esa región.-Lo conozco, aunque él no me debe
recordar. Ha crecido mucho, pero sigue teniendo el mismo rostro.-
Ichinén
la miró intentando rememorar como se habían conocido.
-Ichinén
fue un pequeño de once años, que tiró todo el mantel del banquete en la capital
de Mitjaval. Por eso iba a ser recordado por muchos años. Intentando defender
el honor ofendido de una niña amiga mía. Unos bravucones nos molestaban e
insultaron a mi amiga, él como todo caballero andante la defendió y se trensó
en lucha con tres sujetos que lo doblaban en tamaño. Jamás vi a nadie hacer
algo tan estúpido. El resultado fue que tiraron toda la mesa del banquete, pero
al único que pescaron en el acto mismo fue a Ichinén. No me extraña que fueran
vencidos, nunca supieron bien que batallas librar y cuales no.-
-Ahora
recuerdo, tenías menos de diez años y usabas trenzas.-
-Ocho
precisamente, aun soñaba con buenos casamientos y ser un orgullo para mi reino.
De hecho, cuando mi padre me dijo que entre los posibles nobles estaba el que
había defendido a mi amiga, creí que no sería tan mal partido, aunque sus acciones
me parecieron idiotas y temerarias. Conversando con mi amiga, supe que ella
estaba prendada de él y nunca quise que mi padre iniciara tratativas. Más tarde
supe que nuestro abolengo no era suficiente para los “elevados” requerimientos
de la corona de Azaláys. Como ve, “milord” Ichinén. Las cosas han cambiado
mucho. Es usted un noble sin tierra y en otro sitio alejado, donde no tiene influencia
o poder. Es nadie aquí.-
-¿Qué
les ha pasado a ustedes? Taranis no era así, de como la recuerdo. Era más semejante
a Mitjaval o incluso a mi reino.-preguntó Ichinén, bajando la vista con pesar.
-El
infierno, Ichinén. El infierno nos ha pasado por encima.-respondió la mujer, acercándole
el rostro.
En
ese momento, las grandes puertas se abrieron. Una joven de cabello enrulado y
escarlata entró con paso marcial y ceremonioso, aunque tranquilo. Se escuchó a
lady Engel maldecir por lo bajo.
La
joven de encendido cabello rojo, era más que hermosa. Su vista parecía un poco perdida
o distraída, por decir algo.
-Milady Mara.-saludó la mujer con una leve reverencia.
-Hay
dos del primer anillo.-comentó la mujer pelirroja, como si todos entendieran a que se
refería, aunque para nada era así.
Lady
Engel se giró a Ichinén y lo mostró como trofeo, explicando algo incómoda que
estaba ocurriendo allí. La hija los miró con ojos vacíos, carentes de estímulo.
-Saluda
a la hija del gran líder, Mara de Taranis, sacerdotisa del don. Muéstrale
tus respetos, duque quebrado.-
-La
luna está en lo alto y con su luz, ilumina a su hijo, dándole poder.-acotó
Mara, como si todo tuviera un completo sentido.
A la
mujer, solo dos personas la ponían nerviosa o incómoda, el gran líder y su
hija. El hombre por ser su líder y salvador. Pero la hija porque estaba ida
completamente. La archiduquesa sonrió, como se le hace a los locos cuando dicen
solo incoherencias.
-Aquí
puedes ver los efectos que tuvieron algunas acciones de los demonios en nuestra
gente. La hija del líder no fue la misma desde que los demonios jugaron con su
don.-
Mara se acercó a Ichinén y se arrodilló a su lado. Algo en la joven ponía incómodo a
Ichinén. De repente, el salón estaba vacío y solo la pelirroja y el guerrero
estaban de pie en él. Ella solo señaló a un costado, mirándolo fijamente.
Cuando
esa visión se detuvo, todo estaba como antes y escuchó a lady Engel preguntar.
-¿Leíste
su mente? ¿Qué intenciones tiene?-
-Llegar
a casa, viene de muy lejos, muchos "lejos", aunque ha conocido a gente muy
interesante.-respondió Mara, con algo más de coherencia, aunque la regente de
Ephira no lo creyó así.
Ichinén
conocía relatos de que existía gente con esos dones en Taranis, pero que no
eran mayoría, había oído de que cierto tono de cabello rojo era condición
necesaria o un efecto de ese don, no estaba claro. Seguramente debido a esos
dones o poderes, su revuelta contra los demonios había tenido éxito, sino
habrían fracasado como en otros reinos.
-Tu
padre decidirá qué hará con ellos.-
Mara repitió el gesto con Victoria, como leyendo su mente.
-Él
vivirá.-replicó la joven colorada.
-Eso
lo decidirá tu padre.-
-Vivirá.-
Johan
rompió su mutismo con una risa sofocada, lo que le valió una patada a los
riñones, propinada por el sargento.
Lady
Engel no contradijo a la princesa, su locura y pedantería la superaban. Y
aquello era decir demasiado. Cuando la sacerdotisa se separó de Victoria le
susurró por lo bajo una palabra que la hizo sobresaltar.
-La
están esperando, Majestad. No puede tardar más.-
Victoria
no dijo nada, pero tembló de pies a cabeza. Mara se incorporó y encaró a la
otra mujer de Taranis. Sin darse cuenta, la archiduquesa dio un paso atrás.
Un
gran cortejo entró al salón, no había forma de confundirse, quien encabezaba al
grupo era Ranzig. Un hombre de casi sesenta, con barba rubia y unos ojos fríos
pero destellantes.
-Querida
hija, te fuiste de la presentación de tus pretendientes sin definir nada.
Milady Engel.-exclamó Ranzig en tono pausado.
-Gran
líder.-reverenció la mencionada mujer.
-No
me interesa ninguno padre, puedes ejecutarlos.-
-Los
mandaré a sus casas, no puedo ejecutarlos.-replicó apenas divertido el
hombre.-A menos que te hayan ofendido en alguna forma. ¿Quiénes son estos?-
En
ese momento, el líder tarano notaba la presencia de rodillas de los tres
prisioneros. Johan, que había estado inusitadamente silencioso desde su último
castigo. Y claramente, Ichinén y Victoria atraían más su atención. Le
explicaron brevemente, entre Lady Engel y el sargento quienes eran o decían
ser.
-¿Qué
desea que hagamos con ellos?-
Ranzig
permaneció pensativo un momento y miró fijamente a Ichinén a los ojos.
-Así
que este es el hijo del duque de Menkalinam, me manchó un muy buen traje con
ese derrumbe festivo. Casi hasta parece un señor, y no el niñato que es.-
Lady
Engel sonrió, reconociendo los gestos clásicos de su líder. Esperó
pacientemente, mientras lord Ranzig daba las órdenes pertinentes.
-A
este bufón puedes matarlo o tenerlo como esclavo juglar.-
-Nos
hace falta un músico que toque en los festivales en su honor, mejor será que
viva.-adujo la archiduquesa.
-Bien.
¿Qué te parece la mujer?-
-Podría
tomarla como esclava amante, si usted lo permite milord.-
El gran
líder Ranzig asintió con un dedo en el aire.
-En
cuanto al tal Ichinén, el hijo del duque azalayano… Ejecútenlo en la dama de
hierro.-
Victoria
se removió, no sabiendo que era más espantoso, si ser la esclava de esa
siniestra mujer o que ejecutaran a su amigo sin más.
-No,
padre.-se escuchó decir a Mara, la única que contradecía abiertamente al
gran líder.
Lady
Engel tuvo deseos de lanzarle cuchillos en ese instante. Solo un loco podía
atreverse a llevarle la contraria a Ranzig el terrible. Y su hija estaba bien
loca, eso lo sabía la regente de Ephira.
-¿Por
qué razón no, hija?-inquirió Ranzig con cara de hastío.
-Ya
elegí mi pretendiente, es este, padre.-
La joven
de cabello ardiente señaló a Ichinén y este no supo si sentirse a salvo o temer
más aún. El hombre que dirigía todo Taranis no dijo nada por un largo minuto,
finalmente resopló de aburrimiento y cansancio.
-Pues
bien, que se case.-y se retiró nomás de decir eso.
Lady
Engel lo siguió, acompañándolo por el salón hasta salir.
-¿Es
seguro, milord?-
-Si,
mi querida archiduquesa. De esta forma, me quito dos problemas de encima. Caso
a la más problemática de mis hijos y tengo vigilado a un posible enemigo. Me
falta únicamente, casar al “gallardo” primogénito mío.-
La
mujer dejó al líder en el umbral y regresó con los otros. Miró a Mara con
marcado resentimiento, pero esta le devolvió una expresión carente de
toda emoción. Por unos segundos mantuvo esa vacía gesticulación y se retiró sin
decir nada.
-Esto
no está bien, debemos ejecutar a los extranjeros.-manifestó el sargento, señalando
a Ichinén y a Johan.
-El líder
ha dado sus órdenes y se harán de esa forma.-respondió malhumorada lady Engel.
-Alguien
debe decirle que es mala combinación, juntar a este sujeto con su hija demente.-
Lady
Engel se encaró al hombre y siguió por el costado. Al hacer un movimiento rápido,
ni Victoria ni Ichinén entendieron que ocurría. No se veía claramente desde su
ángulo. Recién cuando Johan gritó asqueado por la sangre que caía sobre su
hombro y al ver al sargento agarrarse el cuello; supieron que había hecho la mujer.
-Nadie
contradice las órdenes del líder, nadie.-
El
sargento se derrumbó en el piso, a medio camino entre Johan de rodillas y
salpicado de sangre, y de Ichinén junto a Victoria, presas del asco y la
sorpresa.
La
mujer de cabello oscuro, ordenó a dos soldados que retiraran el cuerpo, a otros
dos que limpiaran lo ensuciado y al resto que se llevaran a los tres
prisioneros.
Ichinén
intentó mirar a Victoria, para saber a que celda la llevarían; pero apenas en
el primer pasillo se vieron separados. Johan y él cayeron sobre el polvo de la
mazmorra. Victoria estaba varios niveles más arriba en ese palacio, junto con
lady Engel.
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