1/08/2018

52-Nuestra hora solemne.

Las botas resonaron por los pisos lustrados. La estructura temblaba por el golpeteo isócrono de un centenar de botas sobre el suelo. Todos iguales, todos coordinados, disciplinados. Así era como le gustaba a su general, el orden que conforma totalmente, debido a que se puede sostener como si se lo tuviera entre las manos. El general que observaba por la ventana del palacio se giró complacida, esta era la archiduquesa de Ephira. La joven mujer, parecía un poco mayor, quizás debido a sus experiencias y un poco por su vestimenta. Su cabello oscuro, negro como su traje, contrastaba con su piel clara. Caían sus mechones en ordenadas ondulaciones sobre el traje que era una rara mezcla entre algo parecido a una armadura y un corset.
-¿Y bien? ¿Que tiene este bufón que decir antes que lo ejecute?-
El lugarteniente empujó el hombre arrodillado, para instarlo a hablar, o para obligarlo, lo mismo daba.
-Lo que digo es cierto, milady.-respondió el joven que sentía terminar sus días más pronto de lo debido.-Aunque su sargento no me cree. Lo que digo es verdad.-
-¿Y cuál es esta verdad, bardo? ¿Cuál es tu nombre?-inquirió la mujer al mando.
-Johan, milady.-
-Continúa.-
-Yo venía caminando por la costa, acababa de bajar en el barco que dejaba en el puerto más a al sur de Desertus. Pensé que esa gente se contentaría con un poco de música, ese es mi trabajo, por lo que me encaminaba a la ciudad principal para…-
-Al punto.-interrumpió de mal humor la archiduquesa.
Johan se removió nervioso, sonrió estúpidamente y se acomodó las ropas, de por si mugrientas.
-La cuestión es que en Desertus… los árabes del Sultán no son muy progresivos con la música, no toleran estilos nuevos o así. Tuve que salir rápidamente, un poco demasiado.-
Una mirada grave de la mujer le recordó que debía ir a la parte que a ella podía interesarla, si también era de su interés conservar la cabeza. Johan maldijo su mala estrella. Recordando que salir de Desertus con tres legiones de soldados en sus talones, eran un poco más que irse con urgencia. Creía que su cabeza hoy tendría precio en esas tierras. Pero no era su culpa, no podía saber que la jovencita con la que se había besado era una de las concubinas favoritas del sultán. Todas se veían casi iguales con sus velos. Si su cabeza estaba sobrevaluada, no iba a informárselo a sus captores. Aunque dudaba que estos fueran muy amigos de los árabes al otro lado de la frontera, en dirección sureste. Era dudoso que lo entregaran para que los de Desertus lo ejecutaran. Ellos mismos lo ejecutarían allí mismo y sin ningún traslado o trámite ulterior, que tanto. Los taranos eran gente así de práctica, eso debía reconocérselo. Lo desagradable era que esa practicidad implicaba en la separación de su cabeza y su cuerpo.
-Crucé a la isla Kerkyra, de incognito en un barco al que pude pagarle improvisadamente.-
Afortunadamente, ese mercader se dejó sobornar para que lo cruzara hasta la isla al sur de la península de Desertus.
-Nomás de desembarcar en esta isla, me encontré con ciertas extrañas criaturas que aunque de tamaño reducido no dejaban de ser poco estéticas. Caminé un poco más y en un valle vi como una gran ciudad en ruinas, donde muchas criaturas de diversos niveles de horror, rearmaban a su modo las estructuras. En el horizonte se notaba la oscuridad que los cobijaba, como si una tormenta se acercara. Pero puedo asegurárselo, milady. Esa sombra no era ninguna tormenta, era un poder oscuro que maneja a esos horrores de tentáculos y escamas. Como pudimos, escapamos, pero criaturas marinas igual de horrorosas nos hostigaron largo tiempo. Una tormenta nos dejó encallados en su costa, no era nuestra intención molestar. No la mía, al menos.-
La archiduquesa enarcó una ceja con desconfianza.
-Linda historia. Aunque poco nos preocupa lo que ocurra en tierras extranjeras, si es por mí, pueden pudrirse enteros. En Taranis nos ocupamos de nuestra gente, no de hacer caridad e ir a otros reinos. Tenemos nuestro orden, no lo llevamos afuera, ya que eso nos traería caos a nosotros mismos.-
A menos claro que esos “otros” fueran conquistados y pasaran a ser parte de ese nuevo orden, como esclavos. Aunque esa parte no la dijo, Johan conocía bastante sobre Taranis como para saber que así era. Un batallón de soldados se acercó por el pasillo hasta el gran salón donde se encontraban. Llevaban atados a un hombre y a una mujer. El hombre se resistía un poco y cuando los presentaron ante la regente de esas tierras, este cayó de rodillas debido a un empujón del soldado que lo llevaba. La mujer que lo acompañaba se arrodilló a su lado, como protegiéndolo o refugiándose junto al compañero.
-Ya le dijimos quienes somos, inmundo animal. ¿Qué más esperan que digamos para que nos crean?-
-Eso lo juzgara, milady Engel.-
La archiduquesa de Ephira los miró como dando a entender que se referían a ella. El soldado explicó brevemente como los habían encontrado a su señora y esta los observó, esperando ampliación a esa información.
-Mi nombre es Ichinén, soy el hijo del duque de Menkalinam, debido a su fallecimiento, hoy soy el nuevo duque. Aunque no he ejercido nunca mi cargo. Espero encarecidamente, milady, que se me trate como a un miembro de la nobleza, tal como corresponde a mi estirpe y a la suya.-
Lady Engel se acercó a Ichinén y le propinó una bofetada tan violenta y sonora que lo derramó por el piso, y el guerrero Ichinén no era precisamente pequeño. La mujer notó que quizás había sido demasiado eso, le dolía en parte la muñeca y lamentó no pedirle al sargento que lo golpeara en vez de ella.
-Espere. Déjelo explicarse.-pidió la compañera de Ichinén.
-¿Menkalinam? ¿En la corona de Azaláys? Esa tierra fue abandonada y nadie debe quedar vivo en ella, desde el caos que se desató. Cualquiera podría venir y decir que es el rey de Azaláys, para lo que sirve eso. Nunca tuvimos mucho trato con su gente, solo a través del imperio regente de Mitjaval. Esos inútiles que no supieron hacer frente al mal que invadió este continente.-
Ichinén conocía solo su parte de la historia, nunca había viajado durante el caos por el continente. Al ser vencidas las fuerzas de Azaláys, y todo el reino destruido, la reina asesinada. Las noticias de Mitjaval eran menos alentadoras, pero el ignoraba lo que había ocurrido en otros lugares, como Taranis.
-¿Qué ocurrió aquí?-
Lady Engel pareció sentirse insultada por esa pregunta, y la repitió rechinando los dientes, por lo menos tres veces.
-Voy a decirte que ocurrió aquí.-
Por más de media hora, la mujer le relató la versión tarana del gran caos. Al estallar el templo que contenía en Azaláys, muchos males y criaturas del caos, otros focos de oscuridad se gestaron o renacieron de su letargo de épocas remotas. En medio de la capital de Taranis, la reconstruida ciudad de Karum; surgió un volcán de vileza y destrucción. Del pozo ardiente del inframundo, algo más que un poco de lava, nació. Demonios y sátiros que destrozaron todo. Una cohorte de señores de la destrucción. Eran cinco, especificó lady Engel. Con ropajes y piel verde o amarilla, demonios del mundo antiguo, que regían cuando el universo era más caótico. Llegaba su nuevo momento. Esclavizaron a la población de Taranis, invadieron todo el país hasta la cadena de montañas que al sur los separaba de Desertus. Esperaron ayuda de Mitjaval pero esta nunca llegó. El rey del imperio más grande estaba demasiado ocupado suicidándose, al igual que su hijo. El desprecio se notaba en cada palabra de la mujer,  por todo lo foráneo, pero especialmente por los de Mitjaval, el reino central. Ella fue enviada a las prisiones demoniacas, compartiendo celda con alguna otra mujer. Fue usada como juguete y divertimento de los señores del caos, los demonios se divertían haciendo bailar o experimentando con su esbirros, probando que podía o no hacer, que podían o no resistir. Siete años muy duros. Ella no era más que una noble de segunda línea, tercera hija de un lord venido a menos. No dirigía tierras o ejércitos. Hasta que un noble de la corte, esclavizado como todos, organizó la revuelta. Silenciosamente lo había ido planeando. Lady Engel había estado allí, como mano derecha de Ranzig el terrible. Mote que le daban afuera, pero que ella repetía con un desmedido orgullo. Terrible era lo que les había ocurrido, terrible debía ser el hombre que llevara adelante lo que era necesario. Al pronunciar en alto el nombre de Ranzig, cada soldado del salón se cuadró, alzó el brazo en un gesto ensayado y vitoreó el nombre de su líder. Todos en perfecta sincronía, mientras lady Engel sonreía complacida. De todo eso hacía cinco años. Para Ichinén no había pasado tanto tiempo, esos doce años desde su partida, para él habían sido menos, debido a que había entrado y salido de diferentes mundos y tiempos.

-Me hacen acordar a los nazis entre los que me infiltré, cuando rescatamos a Anne.-le susurró Victoria a Ichinén, mientras todos estaban distraídos vanagloriándose de su guía.
Lady Engel finalizó su relato, con el recuento de la familia superviviente del líder, algunos de sus hijos, excepto dos que habían fallecido en esa guerra. Su esposa, su hermana y tres de sus hijos eran los que quedaban. Afortunadamente, para ellos claro, esa familia se había agrandado con tres nuevos hijos, Wysk y los gemelos; que eran la esperanza del futuro para Taranis.
-¿Qué hacemos con ellos? ¿Será ciertamente un noble?-inquirió el sargento, no sabiendo que pose adquirir.
-El gran líder sabrá que hacer.-respondió la archiduquesa, para luego dirigirse a Ichinén.-Tendrán el placer de conocer al gran líder. El decidirá qué haremos con ustedes.-
Poco rato después, mientras lady Engel los ahogaba con preguntas, la gran puerta del interior del salón se abrió. Ichinén y Victoria respondieron lo que pudieron aunque muchas cosas extrañas las callaron. Se daban cuenta que viajar a otros mundos, no iba a ser bien recibido entre gente que había sufrido invasiones de demonios dimensionales. Simplemente dijeron que venían de otras tierras. Ni que hablar de que sus compañeros de viaje eran dos gatos, y que encima hablaban. A todo esto, Teban y Dulce, intentaban infiltrarse discretamente por la ciudad. Los soldados los habían ignorado por completo, creyéndolos simples animales del campo. Apenas uno había visto pasar un borrón gris y blanco cerca de su bota, amagando una patada que no llegó a dar en el blanco.
Lady Engel notaba que algo escondían, por lo que continuaba sus inquisiciones. El sargento estaba cada vez más aburrido y desconfiaba que eso fuera verdad.
-No sabemos si es verdad que sea el duque de donde dice.-espetó el sargento, de mala manera.
-Lo es.-respondió con fría simpleza la regente de esa región.-Lo conozco, aunque él no me debe recordar. Ha crecido mucho, pero sigue teniendo el mismo rostro.-
Ichinén la miró intentando rememorar como se habían conocido.
-Ichinén fue un pequeño de once años, que tiró todo el mantel del banquete en la capital de Mitjaval. Por eso iba a ser recordado por muchos años. Intentando defender el honor ofendido de una niña amiga mía. Unos bravucones nos molestaban e insultaron a mi amiga, él como todo caballero andante la defendió y se trensó en lucha con tres sujetos que lo doblaban en tamaño. Jamás vi a nadie hacer algo tan estúpido. El resultado fue que tiraron toda la mesa del banquete, pero al único que pescaron en el acto mismo fue a Ichinén. No me extraña que fueran vencidos, nunca supieron bien que batallas librar y cuales no.-
-Ahora recuerdo, tenías menos de diez años y usabas trenzas.-
-Ocho precisamente, aun soñaba con buenos casamientos y ser un orgullo para mi reino. De hecho, cuando mi padre me dijo que entre los posibles nobles estaba el que había defendido a mi amiga, creí que no sería tan mal partido, aunque sus acciones me parecieron idiotas y temerarias. Conversando con mi amiga, supe que ella estaba prendada de él y nunca quise que mi padre iniciara tratativas. Más tarde supe que nuestro abolengo no era suficiente para los “elevados” requerimientos de la corona de Azaláys. Como ve, “milord” Ichinén. Las cosas han cambiado mucho. Es usted un noble sin tierra y en otro sitio alejado, donde no tiene influencia o poder. Es nadie aquí.-
-¿Qué les ha pasado a ustedes? Taranis no era así, de como la recuerdo. Era más semejante a Mitjaval o incluso a mi reino.-preguntó Ichinén, bajando la vista con pesar.
-El infierno, Ichinén. El infierno nos ha pasado por encima.-respondió la mujer, acercándole el rostro.
En ese momento, las grandes puertas se abrieron. Una joven de cabello enrulado y escarlata entró con paso marcial y ceremonioso, aunque tranquilo. Se escuchó a lady Engel maldecir por lo bajo.
La joven de encendido cabello rojo, era más que hermosa. Su vista parecía un poco perdida o distraída, por decir algo.
-Milady Sybilla.-saludó la mujer con una leve reverencia.
-Hay dos del primer anillo.-comentó la mujer pelirroja, como si todos entendieran a que se refería, aunque para nada era así.
Lady Engel se giró a Ichinén y lo mostró como trofeo, explicando algo incómoda que estaba ocurriendo allí. La hija los miró con ojos vacíos, carentes de estímulo.
-Saluda a la hija del gran líder, Sybilla Tenebris de Taranis, sacerdotisa del don. Muéstrale tus respetos, duque quebrado.-
-La luna está en lo alto y con su luz, ilumina a su hijo, dándole poder.-acotó Sybilla, como si todo tuviera un completo sentido.
A la mujer, solo dos personas la ponían nerviosa o incómoda, el gran líder y su hija. El hombre por ser su líder y salvador. Pero la hija porque estaba ida completamente. La archiduquesa sonrió, como se le hace a los locos cuando dicen solo incoherencias.
-Aquí puedes ver los efectos que tuvieron algunas acciones de los demonios en nuestra gente. La hija del líder no fue la misma desde que los demonios jugaron con su don.-
Sybilla se acercó a Ichinén y se arrodilló a su lado. Algo en la joven ponía incómodo a Ichinén. De repente, el salón estaba vacío y solo la pelirroja y el guerrero estaban de pie en él. Ella solo señaló a un costado, mirándolo fijamente.
Cuando esa visión se detuvo, todo estaba como antes y escuchó a lady Engel preguntar.
-¿Leíste su mente? ¿Qué intenciones tiene?-
-Llegar a casa, viene de muy lejos, muchos lejos, aunque ha conocido a gente muy interesante.-respondió Sybilla, con algo más de coherencia, aunque la regente de Ephira no lo creyó así.
Ichinén conocía relatos de que existía gente con esos dones en Taranis, pero que no eran mayoría, había oído de que cierto tono de cabello rojo era condición necesaria o un efecto de ese don, no estaba claro. Seguramente debido a esos dones o poderes, su revuelta contra los demonios había tenido éxito, sino habrían fracasado como en otros reinos.
-Tu padre decidirá qué hará con ellos.-
Sybilla repitió el gesto con Victoria, como leyendo su mente.
-Él vivirá.-replicó la joven colorada.
-Eso lo decidirá tu padre.-
-Vivirá.-
Johan rompió su mutismo con una risa sofocada, lo que le valió una patada a los riñones, propinada por el sargento.
Lady Engel no contradijo a la princesa, su locura y pedantería la superaban. Y aquello era decir demasiado. Cuando la sacerdotisa se separó de Victoria le susurró por lo bajo una palabra que la hizo sobresaltar.
-La están esperando, Majestad. No puede tardar más.-
Victoria no dijo nada, pero tembló de pies a cabeza. Sybilla se incorporó y encaró a la otra mujer de Taranis. Sin darse cuenta, la archiduquesa dio un paso atrás.
Un gran cortejo entró al salón, no había forma de confundirse, quien encabezaba al grupo era Ranzig. Un hombre de casi sesenta, con barba rubia y unos ojos fríos pero destellantes.
-Querida hija, te fuiste de la presentación de tus pretendientes sin definir nada. Milady Engel.-exclamó Ranzig en tono pausado.
-Gran líder.-reverenció la mencionada mujer.
-No me interesa ninguno padre, puedes ejecutarlos.-
-Los mandaré a sus casas, no puedo ejecutarlos.-replicó apenas divertido el hombre.-A menos que te hayan ofendido en alguna forma. ¿Quiénes son estos?-
En ese momento, el líder tarano notaba la presencia de rodillas de los tres prisioneros. Johan, que había estado inusitadamente silencioso desde su último castigo. Y claramente, Ichinén y Victoria atraían más su atención. Le explicaron brevemente, entre Lady Engel y el sargento quienes eran o decían ser.
-¿Qué desea que hagamos con ellos?-
Ranzig permaneció pensativo un momento y miró fijamente a Ichinén a los ojos.
-Así que este es el hijo del duque de Menkalinam, me manchó un muy buen traje con ese derrumbe festivo. Casi hasta parece un señor, y no el niñato que es.-
Lady Engel sonrió, reconociendo los gestos clásicos de su líder. Esperó pacientemente, mientras lord Ranzig daba las órdenes pertinentes.
-A este bufón puedes matarlo o tenerlo como esclavo juglar.-
-Nos hace falta un músico que toque en los festivales en su honor, mejor será que viva.-adujo la archiduquesa.
-Bien. ¿Qué te parece la mujer?-
-Podría tomarla como esclava amante, si usted lo permite milord.-
El gran líder Ranzig asintió con un dedo en el aire.
-En cuanto al tal Ichinén, el hijo del duque azalayano… Ejecútenlo en la dama de hierro.-
Victoria se removió, no sabiendo que era más espantoso, si ser la esclava de esa siniestra mujer o que ejecutaran a su amigo sin más.
-No, padre.-se escuchó decir a Sybilla, la única que contradecía abiertamente al gran líder.
Lady Engel tuvo deseos de lanzarle cuchillos en ese instante. Solo un loco podía atreverse a llevarle la contraria a Ranzig el terrible. Y su hija estaba bien loca, eso lo sabía la regente de Ephira.
-¿Por qué razón no, hija?-inquirió Ranzig con cara de hastío.
-Ya elegí mi pretendiente, es este, padre.-
La joven de cabello ardiente señaló a Ichinén y este no supo si sentirse a salvo o temer más aún. El hombre que dirigía todo Taranis no dijo nada por un largo minuto, finalmente resopló de aburrimiento y cansancio.
-Pues bien, que se case.-y se retiró nomás de decir eso.
Lady Engel lo siguió, acompañándolo por el salón hasta salir.
-¿Es seguro, milord?-
-Si, mi querida archiduquesa. De esta forma, me quito dos problemas de encima. Caso a la más problemática de mis hijos y tengo vigilado a un posible enemigo. Me falta únicamente, casar al “gallardo” primogénito mío.-
La mujer dejó al líder en el umbral y regresó con los otros. Miró a Sybilla con marcado resentimiento, pero esta le devolvió una expresión carente de toda emoción. Por unos segundos mantuvo esa vacía gesticulación y se retiró sin decir nada.
-Esto no está bien, debemos ejecutar a los extranjeros.-manifestó el sargento, señalando a Ichinén y a Johan.
-El líder ha dado sus órdenes y se harán de esa forma.-respondió malhumorada lady Engel.
-Alguien debe decirle que es mala combinación, juntar a este sujeto con su hija demente.-
Lady Engel se encaró al hombre y siguió por el costado. Al hacer un movimiento rápido, ni Victoria ni Ichinén entendieron que ocurría. No se veía claramente desde su ángulo. Recién cuando Johan gritó asqueado por la sangre que caía sobre su hombro y al ver al sargento agarrarse el cuello; supieron que había hecho la mujer.
-Nadie contradice las órdenes del líder, nadie.-
El sargento se derrumbó en el piso, a medio camino entre Johan de rodillas y salpicado de sangre, y de Ichinén junto a Victoria, presas del asco y la sorpresa.
La mujer de cabello oscuro, ordenó a dos soldados que retiraran el cuerpo, a otros dos que limpiaran lo ensuciado y al resto que se llevaran a los tres prisioneros.
Ichinén intentó mirar a Victoria, para saber a que celda la llevarían; pero apenas en el primer pasillo se vieron separados. Johan y él cayeron sobre el polvo de la mazmorra. Victoria estaba varios niveles más arriba en ese palacio, junto con lady Engel.