9/02/2018

58-Llegando a la cima, los vientos son cada vez más fuertes.

Un general muy famoso, muchos siglos atrás, dijo que la suerte estaba echada. Esto dicho, inmediatamente antes de cruzar un río que le depararía un futuro de guerra y pesar. Desde entonces, se recuerda la frase dicha como la aceptación de encontrarse ante un abismo al que debemos lanzarnos, sin saber si aterrizaremos de pie. El general San Martín, se encuentra ante la misma situación. Ya no mira atrás, no vuelve su mirada a Mendoza. Solo queda el camino por delante. Desde la provincia de San Juan, usando el paso conocido como “Los Patos”, esa columna del general inició la marcha, Ichinén iba con ella. Camuflado bajo el nombre de James, ya que nadie podía recordar o pronunciar el de Ichinén, el guerrero marchó con el Ejercito de los Andes. Teban no salió debajo del poncho en casi toda la travesía, gato al fin, sufren mucho el frío. Ichinén le daba de comer y el felino apenas asomaba su pata hacia el frío de afuera. La comida era reiterativa, bien de campaña, un poco de carne reseca recalentada como sopa o guiso, algo que él nunca había probado. Apenas alguna otra cosa. Su propio poncho destinado, le parecía una ropa de lo más abrigada y el mate que cada parada preparaban los soldados, lo templaba aun más. Los soldados le llamaban “cebar” a servir esa bebida que se tomaba con el palillo hueco. El guerrero le fue tomando el gusto a ese líquido, con un amargor fuerte y profundo, como si estuviera probando un poco de la tierra que germina. 
El camino comenzó pedregoso al principio, guijarros en su mayor parte para luego volverse de mayor tamaño. La temperatura bajaba conforme iban ascendiendo en altura. El viento parecía querer llevarse todo por los recovecos de las montañas. Por millones de años, los volcanes habían lanzado sus proyectiles por esos lares, aunque de eso ha pasado mucho tiempo. La evidencia son la forma de las rocas, moldeados por esos colosos de magma, las montañas se enfrentan hoy al ejercito libertador. Montar una mula no era tan parecido a un caballo como creyó Ichinén en un principio, tienen diferente carácter y manías. Todos los soldados iban en una, o en un caballo en su defecto, pero esos iban reservados para la carga que realizarían en la batalla por venir. O esa era la idea, en principio, si las montañas no los vencían. 
La primera noche, Ichinén insistió en hacer guardia. Algunos de los que lo acompañaban se reían del estado de alerta del guerrero. Pero él estaba seguro que había visto una sombra rondando por el campamento. 
-No se altere, mi amigo, es difícil que encontremos “maturrangos” tan de este lado de la cordillera.-lo tranquilizó el sargento viejo.
Ichinén le cedió la razón, quizás el ambiente extraño le jugaba bromas a su mente.
Avanzaron casi treinta kilómetros o poco más. El camino se estrechó en muchas cornisas, teniendo apenas medio metro de ancho en algunos tramos. Las mulas eran vendadas con pañuelos para facilitar el cruce. De no hacerlo, el animal se empacaría y no daría un paso más. Tonto no era el bicho, ni tampoco arriesgado como esos hombres. Perdieron un soldado y unas mulas, atravesando esas cornisas. Algunos animales muraron de frío, cuando fueron alcanzando las altas cumbres. Un leve derrumbe terminó con una desbarrancada que casi se lleva a más un patriota. Ichinén sujetó la mano de un joven cadete, que casi es arrastrado abismo abajo por su mula. El guerrero clavó los talones en tierra y clavó su espada en el suelo para hacerse palanca. El terreno cedía y por un segundo se vio en el fondo del valle. El soldado hizo maniobras con los brazos y consiguió recuperar el equilibrio, balanceando el cuerpo hacia quien le tendía la mano. 
-Gracias, señor James.-resopló en agradecimiento el chico.
-No es nada, mi amigo.-respondió el guerrero, usando la expresión usual en ese mundo.
Por una de esas cosas que cualquiera hace inconsciente, Ichinén miró hacia arriba, por donde había comenzado el derrumbe. Esta vez, vio claramente una figura, muy similar a la que apenas atisbó en el campamento del llano. El viento sopló fuerte, pero no fue eso lo que hizo estremecer a Ichinén. 
-Hay alguien arriba.- ¿Lo ves?-
Pero el chico aseguraba no verlo, apenas el guerrero señaló a lo alto, la figura se escondió. Bien podía haberlo visto, no era factible que el joven fuera tan corto de vista. Aun así, nada.
En un alto que hicieron por la noche, en una parte de la montaña, donde era posible improvisar un campamento precario, Ichinén hizo guardia aunque no le tocaba. Esperaba pescar a esa misteriosa sombra asesina. Aunque estaba cansado, no pudo dormir. Tres horas más tarde, la vio. Era claramente algo inhumano, pero bípedo. Una idea comenzó a formarse en su mente, aunque no entendía como había sucedido.
-Disculpe, mi general, debo notificarle algo, a solas.-manifestó Ichinén, saltándose todo protocolo militar, lo que le valió miradas de soslayo del resto de los soldados presentes.
A una seña de San Martín, la carpa del Comandante en Jefe fue desalojada. El guerrero explicó el asunto, casi esperando no parecer un loco.
-Se que no es un aseveración con mucha seguridad o confirmación, pero sé que algo vi y no es de este mundo.-
El general apoyó los dedos en el mentón, pensativo.
-Le creo, Ichinén.-respondió luego de unos instantes.-Vi algo la otra mañana, pero nadie más lo veía, así que me conformé pensando que eran sombras en la montaña. En el momento del derrumbe vi algo más claro entre el viento y el frío. Nadie más lo notaba, así que no insistí, me sentí un poco loco. Ver visiones sería una más de las tantas dolencias que ya tengo.-
-Yo lo vi también. Es algo que me resultaba nefastamente familiar. No sé porque otros no lo ven, solo usted y yo.-
-También ambos escuchamos hablar a un gato y nadie más. Es algo que quizás no esté en nuestro poder saberlo, pero que nos baste el estar seguros que es así y nada más.-
Ichinén asintió, concordando que el general llevaba razón.
-Le solicito permiso, mi general, para ir a darle caza a ese merodeador.-
-Estas montañas son peligrosas, no solo el viento y el frío es de temer. ¿Está seguro de ir a cazar espectros en medio de la cordillera?-
-De los dos que sabemos puede verlo, soy el que puede estar más libre para cazarlo. Si ese saboteador sigue tirando rocas sobre el ejército, no podrá cruzar nadie.-
Con una seña, el general le dio su aprobación. Ichinén se pertrechó y se colocó un poncho por encima de la cabeza. 
-Tiene un buen poncho, es puntano, cerca de donde nací.-le comentó un soldado que rondaba los treinta.
Ichinén le sonrió de compromiso, pero estaba concentrado en ir en pos de la sombra lanzadora de piedras.
Iban apenas diez días de jornada, cuando Ichinén se encaminó en solitario por aquellos parajes helados. Aunque en ese mundo era verano, no dejaba de hacer frío en las alturas. De día, podían hacer cuarenta grados al rayo del sol, pero por la noche descendía a diez bajo cero. Temprano no era mejor que tarde, sino se estaba bien cubierto. La resolana quemaba y cegaba a quien caminaba, razón por la cual, Ichinén creyó estar imaginando esa figura. Aun estaban en la mitad del viaje y ya se habían perdido varios animales, incluso algunas vidas humanas. La travesía estaba en su punto más álgido, San Martín lo sabía, Ichinén también. Si esa sombra seguía haciendo de las suyas, bien podía arruinar todo. Si una roca bien colocada mataba al general, todo se llevaba el diablo, como decía el propio San Martín. Literalmente podía ser cierto, si lo que el guerrero sospechaba era correcto.
La subida por la ladera fue accidentada, se lastimó bastante en manos y rodillas. Los pedruscos los hacían resbalar, no había buenos puntos de agarre para ascender. Subió por cornisas, adelantado como si fuera una vanguardia de un solo hombre, siguiendo el rastro de la sombra. 
Dos días estuvo temblando de frío y persiguiendo algo que ya creía no existía. La mañana del segundo día, lo sorprendió una criatura impresionante que temió sería otro ardid de su enemigo. Pero en el planeo de esa criatura, con las inmensas alas oscuras extendidas, notó la magnificencia y la armonía de una criatura. 
-Un cóndor.-musitó para sí, recordando las descripciones que habían dado en las charlas del campamento.
La maravillosa y terrible naturaleza se encontraba perfectamente representada en esa ave de altura, imponente y severa, como su porte. Compenetrado con la visión del cóndor, descubrió que la sombra no estaba muy lejos de donde miraba. 
-Gracias, amigo cóndor.-se dijo el guerrero, creyendo que tal vez el animal le estaba indicando su objetivo.
Esta vez pudo distinguirlo mejor, y no le perdía pisada. En una vuelta de cornisa, Ichinén se dio cuenta que el perseguido no estaba intentando evitarlo o perderlo. 
-¿Me estás tendiendo una trampa?-inquirió para sí.
Desenvainó a Daimoku y se preparó para todo al girar en una esquina de la montaña. Se encontró ante un risco y el otro lado de la hondonada, la figura que venía persiguiendo el último par de días.
-Ha pasado tiempo, Ichinén.-dijo una voz rasposa, que Ichinén tardó un poco en reconocer, pero no le dio alivio o alegría, el hacerlo.
-Shima.-escupió el guerrero.
-Siempre el guerrero gallardo, queriendo ayudar a locos que creen en delirios.-terció el demonio.
-Debí reconocer el olor a podrido que proviene del miedo.-se mofó el guerrero, bajando la espada, pero sin guardarla.
-Veo que este mundo te influencia, ya hablás como uno más de estos salvajes revolucionarios.-
-No sé si me afecta, pero para ser honestos, estoy un poco cansado de ser educado con los lacayos mediocres de Rokuten. ¿No tuvieron suficiente en el pueblo?-
El antiguo encuentro de Ichinén y este demonio en particular, había ocurrido hacía ya mucho tiempo, incluso antes que el guerrero visitara la posada de los muertos. La misma donde el Rey Dragón le indicó que debía buscar tres maestros para llegar a Kosen Rufu. En ese pueblo había sido herido por uno de esos tres a los que había enfrentado.
-Lo que mi señor Rokuten si ha tenido suficiente, es con estas aspiraciones de libertad de ustedes, los humanos. No parece lograr hacerles entender que ustedes están mejor siendo controlados por nosotros, mediante sus deseos.-
-Oh, claro, seguro que la esclavitud es un viaje de placer en el infierno, gracias ya lo conozco, no me parece.-
El demonio rio con ganas, el sonido retumbó por las montañas.
-No has visto nada. Pero eso no es lo que he venido a realizar aquí.-
-No, estás queriendo destruir el ejército de esta gente.-
-Si, así es. Quieren vivir en la mentira de esa libertad. Vengo a quitarle esas ideas.-
-Y yo vengo a rebanarte los miembros, en fetas.-respondió Ichinén, levantando su espada.
El demonio se lanzó sobre el guerrero, saltando por sobre el vacío. El guerrero esperaba poder usar el terreno para tirar hacia abajo, pero Shima no era tonto y lo vio venir. Lucharon largo rato, incansable. El viento parecía un contendiente más, los hacía tambalear o desviar en un ataque. La cornisa estuvo a punto de llevarse a Ichinén, que parecía con menos suerte que el demonio.
-¿Quien diría que vinieras a morir a la altura? ¿Eso te hace un gran hombre?-
-Hablás mucho, Shima.-
La estocada que lanzó con Daimoku fue frenada por la garra del demonio, pero este se quejó de dolor. El contacto con el filo de Daimoku les producía un gran dolor a esas criaturas.
Ichinén siguió el duelo, hasta que se vio atrapado entre la pared de roca y una concavidad natural del terreno, varias decenas de metros de donde habían comenzado la pelea. Ichinén no quería meterse en ese hueco, donde seguramente sería encerrado, pero la única otra salida era por encima de su rival. Apretando los dientes se lanzó a pelear con todas sus fuerzas. Levantando una mano, el demonio convocó una ventisca que casi logra despeñar a Ichinén. Agarrada una grieta, su mano congelada era lo único que lo mantenía allí. Ya se sentía en el fondo del risco, cuando un grito se sintió en lo alto.
El demonio alzó la vista, muy tarde, ya que las garras del cóndor se clavaron en su rostro. Ichinén aprovechó el segundo de respiro y le lanzó un golpe al pecho del demonio. La espada se clavó, atravesándolo de parte a parte. El guerrero giró su muñeca para retorcer la hoja y la herida se abriera aun más.
-Jugar con el viento… espero que abajo le des mi saludos a la ventisca.-le susurró Ichinén, pateándolo luego en una pierna.
Shima se perdió lejos en el fondo. Y aunque Ichinén suspiró aliviado, sabía que Rokuten tenía poder como para hacerlos regresar una y otra vez. 
El cóndor lo observaba fijamente, Ichinén se quedó quieto, envainando la espada despacio. El animal no le quitaba los ojos de encima. Otro vino a su lado, saliendo de la concavidad que él había intentado evitar para no verse encerrado.
-Tranquilos, no voy a hacerles nada.-le susurró el guerrero.
Unos quejidos le llamaron la atención y ambos cóndores se giraron sobre sí mismos. Aun desde lejos, Ichinén pudo descubrir el origen de ese sonido. Era el nido de la pareja, uno era el macho y el otro la hembra. Estaban protegiendo a su cría, la lucha se había acercado demasiado a su indefensa prole. Uno de los dos se acercó al pichón y lo alimentó con su buche. Intentó con todos sus lentos movimientos, dar a entender que no tenía intenciones de dañarlos o a la criatura. Despacio, el guerrero fue retrocediendo, mientras el cuello de la que parecía la hembra se giraba y lo observaba vigilante.
-Gracias por la ayuda, por cierto.-
Una vez girada la esquina, inició el descenso y fue en busca del resto del Ejercito de los Andes. El General solo le preguntó si todo estaba en orden. Ichinén respondió como si tal cosa, que todo lo estaba. Sin mediar más palabra, se entendieron perfectamente. Una vez alcanzada las cumbres de más de cuatro mil metros, el descenso pareció mucho más fácil, aunque no lo era. Después de todo lo ocurrido y atravesado, Ichinén encontró los inconvenientes siguientes mucho menos insalvables que lo precedente.
Luego de 21 días, El Ejercito de los Andes llegó al otro lado. Alguna que otra escaramuza hubo con exploradores o avanzadillas del enemigo, pero Ichinén vio poco de eso en la columna donde iba. Una vez atravesada la cordillera, las diferentes columnas de los distintos pasos, tuvieron un periodo de reunión. Entre tanto, se recontó cuanto había quedado desde la salida hasta el punto en que se encontraba. Comida, animales, etc. La mitad de las mulas había alcanzado la meta, entre las extremas temperaturas y el terreno difícil, muchas habían quedado en el camino.
El General estuvo bastante preocupado por una de las columnas de las que no había noticia. El guerrero no entendía todas las costumbres o modos de ser de este mundo, pero comprendía cuando algo no iba bien. Cuando los que faltaban finalmente llegaron, no fue el momento de relajación que se podría pensar. Justamente esa llegada, ponía en marcha la verdadera lucha. Lo que vendría sería la batalla crucial por la libertad de todo un continente. Solo restaba avanzar en el terreno, presentar batalla al enemigo y vencerlo, y así liberar a todo un país y comenzar la independencia de todas esas tierras. Casi nada.