Los
cíclopes son criaturas bastante cerradas de miras, con esto es imposible no caer en frases
hechas. Cinco de estos colosos de dos metros, amordazan a una gárgola a un
árbol, la cual no mide más de metro y medio. Una mujer cíclope grita, si,
existen hembras en esta especie. No crecen de las rocas, aunque por sus
mentalidades lo parezcan.
-Sueltenlo,
déjennos en paz!-vocifera con desesperación la mujer.
Sus congéneres
se ríen y uno la golpea en pleno rostro con el canto de la mano. La gárgola,
que pese al uso de ese pronombre es un hombre, se debate y lucha, en vano. Con
la mirada ruega que no le hagan nada, pero sabe claramente que no será así.
-Degenerada,
inmunda perversa… Y con esta monstruosidad!-le recrimina uno de los mirada
simple, mientras la sigue sujetando con brusquedad.
-Dejenla
ir, mátenme si eso quieren. Pero a ella, déjenla ir.-solicita la gárgola,
educadamente pero con firmeza.
Es
casi obvio para él, tanto como para la mujer que ama, todo lo que digan caerá
en saco roto. Los cíclopes no son conocidos por su tolerancia, ni tampoco por
su delicadeza. Aunque Griffin sabe que lo mataran, espera que ella pueda vivir.
-No
te preocupes, cuando terminemos de atarte al árbol y te degollemos, podemos ver
como nos divertimos con ella, mientras te vas desangrando.-informó el que
sujetaba su garra izquierda.
-Debió
elegir uno de su propia especie, no una aberración como lo que sos.-masculló
otro que tenía delante, para luego golpearlo en el vientre.
El
saber vulgar dice que las gárgolas son de piedra, a Griffin le hubiera gustado
que eso fuera real, por lo menos para su estómago. El llanto de Gala, la mujer
cíclope, ruge desde lo más profundo con una angustia delirante. Uno de los
otros captores le rasga el vestido de arriba hacia abajo. Mientras otros dos la
sujetan de los brazos para arrastrarla hasta el suelo un poco más lejos. Una
vez que Griffin está atado, el mundo se le vino abajo y rogó por que los
dejaron en paz, sabiendo que eso no haría mella en sus agresores. Los gritos de
Gala seguían resonando en el valle Hoffman, un bajo de terreno que rara vez era
transitado.
-Cinco
contra una sola mujer…-se oyó decir a una voz a pocos metros en el sendero.-Veo
que los cíclopes son cobardes además de tener la mente reducida.-
Un
hombre, un humano, venía andando por el sendero, tal como si estuviera de paseo
por el bosque. Como si nada le importara. El extraño se detuvo a un par de
metros del líder de ciclópeo y lo miró con los brazos en jarra.
-O
es que son tan inútiles para cortejar mujeres, como lo son para todo lo
demás.-continuó el hombre.
La
furia hizo que tres cíclopes se levantaron como volcanes en erupción, el líder
se plantó ante el extraño, listo para golpearlo y enterrarlo en el suelo. Esto,
claro está, es una ridiculez, los humanos no se plantan así, ni tampoco se los
entierra de esa manera.
-¿Quién
se supone que eres, enano? Este no es asunto de tu gente.-le espetó el cíclope,
temiendo que fuera algún tipo de agente legal de esas tierras.
-Mi
nombre es Ichinén, soy el duque de Menkalinam, una tierra que se encuentra más
al oeste. Este no es mi asunto, desde su punto de vista, pero cuando veo a
cinco brutos contra una mujer y un rehén maniatado, digamos que me tengo que
meter.-
-Sigue
tu camino, enano. O entre los cinco te vamos a sacar los miembros de
lugar.-amenazo el líder, burlándose adrede de Ichinén, el guerrero no era
precisamente un enano.
El monolítico
ser de un solo ojo, apenas le llevaba diez o quince centímetros. Ichinén sonrió
como si poco le importara el insulto y con expresión afable siguió hablando.
-Les
estoy dando la chance de irse y dejemos esto como está. La mujer queda libre o
si cometió un crimen, será juzgada según la ley de este reino.-
-No
hay rey en estas tierras al que llevar el caso, y ella cometió un crimen para
nuestra gente, uno horrendo.-
La
perplejidad de Ichinén parecía ensayada pero no lo era. La exacerbada reacción
de odio en los cinco brutos, era demasiado desconcertante.
-¿Qué
hizo? ¿Se robó monedas del templo de su dios? ¿Asesinó a otro de su gente? ¿No
resistió tu perorata por más tiempo? ¿Cuál fue ese crimen tan
horrendo?-inquirió Ichinén, entreverando una burla entre las preguntas
legítimas.
De
haber tenido más tiempo o no estar tan distraído, el líder se hubiera percatado
de como el guerrero se mofaba, pero los ciclopes son famosos por caer dos días
más tarde en las bromas que se le hacen.
-Se
emparejó con este inmundo ser!-vociferó el líder, señalando a Griffin, en el árbol.
A
todo esto, la gárgola no entendía como el hombre, humano sin otra arma que una
espada enfundada a su cintura; se paseaba como si nada entre los cíclopes y les
hablaba como si fueran todos amigos. Él tenía más que claro que estaban
esperando el primer movimiento en falso del humano para aniquilarlo y seguir
con ellos dos, un poco más molestos por la interrupción.
-¿Lo
amás, mujer?-
Gala
asintió con tanto miedo como sorpresa, no sabiendo que sentir ante ese extraño.
-¿Lo
ven? ¿Qué tiene de malo? Mejor que se amen a fomentar odio, que es lo que están
haciendo. –
-No
es decente.-grito uno.
-Es
antinatural.-rugió otro.
Las
protestas se superpusieron y el guerrero alzó las manos para acallarlos, pero
nunca bajó la izquierda.
-Ya
entendí, son unos resentidos que no entienden el amor en la forma en que
venga.-
Los
cinco agresores se miraron entre si y luego al líder, sus rostros parecían
preguntarse si era que los acababa de insultar o que había querido decir. Lo
dicho, no son muy rápidos de pensamiento estos muchachos. Lo estrecho de miras,
va en paralelo con su capacidad de procesamiento. El líder entendió menos que
los demás pero se envaró como si fuera a pisotear a Ichinén. Más cansado de
tanta demora que por las burlas del guerrero.
-Ah,
ah, ah.-lo frenó el guerrero con la mano aun en alto, señalándolo con la
derecha.-Si chasqueó los dedos, las cabezas de cada uno se les partirá en siete
pedazos.-
Había
una frase del maestro Nichirén que dice eso, pero creo que en este incidente,
el guerrero lo está usando en un sentido muy literal. No es probable que el
daishonin se refiriera a esto.
Los
cíclopes en un segundo se frenaron, dudaron. Miraron al líder, Ichinén alzó
levemente su izquierda, como si esta sostuviera alguna clase de arma invisible.
Viendo que no había nada ni nadie en los alrededores, el bruto se sintió seguro
y avanzó.
-Te
lo advierto, cíclope. No me causará placer que mueras, ni siquiera siendo la
bestia que eres.-
El
líder siguió avanzando y esto alentó a sus secuaces a moverse en círculo,
rodeando al solitario guerrero.
-A
mi si me dará un placer inmenso, comerme tu hígado de postre, luego de matarte
y divertirnos con esa degenerada.-
La
expresión de Ichinén era de verdadera desilusión.
-Si
esa es tu decisión.-sentenció el guerrero con pesar.
El
cíclope estaba a punto de saltar sobre el impertinente humano, riendo de la
osadía y arrogancia con que los había interrumpido. El chasquido de los dedos de Ichinén fue lo
último que escuchó en su vida. La cabeza del líder estalló en siete o más
fragmentos, salpicando a todos lados. El resto de los seres de mirada única se
paralizaron. Dos quisieron vengar a su líder y corrieron la misma suerte, sin
que hubiera un chasquido de dedos de por medio. Ichinén alzó la mano bien alto,
como si fuera ordenara detenerse en el camino. Dos cíclopes quedaban y uno solo
deseaba huir. El restante, quiso tomarla con la mujer. Con su espada en la garganta
femenina, se parapetó detrás de su prisionera.
-La
mataré si me siguen disparando.-amenazó en un tembleque de voz, mirando a todos
lados.
Era
algo inteligente o rápido de vista para darse cuenta que, de los árboles era de
donde les disparaban flechas certeras a los ojos. Su jefe no lo había notado,
claramente, ver a los elfos en los árboles es como buscar un mono albino en
medio de una montaña nevada. Los otros dos no estaban pensando claramente y por
eso no vieron que una flecha le había atravesado el cráneo, con ojo y todo, a
su líder en esa partida. Elintari y otros elfos, se encontraban ocultos entre
las ramas, con los arcos preparados. Listos a soltar la cuerda a un chasquido
de los dedos del duque. Pero ahora los hacía detenerse y el cíclope restante
tenía ahora un rehén. El otro que escapaba, no llegaría muy lejos, lo
apresarían y sería encarcelado; de eso estaba seguro ella.
Ichinén
en tanto, mantenía la vista fija en el captor.
-Tengo
miles de flechas esperando una orden para atravesar tu ojo. Prefiero no dar esa
orden.-
-Si
veo un solo gesto, le corto la garganta!-
Tensos
segundos que Ichinén no quería seguir dejando correr.
-No
tengo tiempo para esto.-le espetó el guerrero y con una inclinación de cabeza
señaló a su costado.-Podrías huir como tu colega que va allá.-
El
cíclope hizo un gesto sin pensar, de forma inconsciente, cosa que no les cuesta
mucho; de girar el rostro y mirar donde le señalaban. Imaginen que si tu mirada
es unifocal, tenés que mirar cada cosa que parece merecer tu atención. Para
ellos, mirar por el rabillo es fisiológicamente imposible.
Ese
segundo de distracción, es todo lo que Ichinén necesitó para lanzarle una daga
que tenía a su espalda y que hasta ahora no habían visto ninguno de esos cinco.
El ojo único reventó al ser traspasado por la filosa hoja. La mujer estaba
asustada pero libre e ilesa. Elintari soltó a Griffin, que corrió a abrazar a Gala.
Luego
de algunas palabras de agradecimiento, hicieron un improvisado campamento para
reorganizarse.
-¿Qué
le ha pasado a este reino? No sabía que brutos como estos corrían libres, para
imponer sus leyes intolerantes.-inquirió Ichinén.
-Antes,
una cuestión así hubiera sido impensada. Pero las crisis como la que vivió
Mitjaval llevan a que sectores reaccionarios ganen poder y
preeminencia.-respondió Elintari, acomodando su carcaj a un costado.-Este reino
no solo ya no es lo que era. Técnicamente no existe.-
Ichinén
le solicitó a la elfa que clarificara.
-Te diré
como lo he oído. Luego del gran caos, el rey Artus fue muerto en batalla y su
esposa asesinada poco antes o casi al mismo tiempo. El hijo de ambos se suicidó
desde lo alto de una torre. La primera esposa del rey Artus, junto algunos
soldados y quiso hacerse con el poder, pero el consejo de nobles se le opuso.
Esta guerra civil, sumado al asedio de los demonios, asentados en Taranis
primero y en menor medida en Antumbra, hizo que el reino sufriera mucho. Mitjaval
se dividió en dos, la parte sur, donde estamos ahora; es lo que queda de
Mitjaval propiamente dicho. La capital sigue siendo la misma, pero está
dirigida por señores menores que aún no se han puesto de acuerdo sobre como
repartirse el poder y pelean constantemente. No sé quien ha prevalecido sobre
el resto o si alguno lo ha hecho. Al norte, más al sector noreste del antiguo
reino, se formó Caerleon. Dirigido por un consejo que se encuentra en
tratativas de paz pero que poco eco han logrado en las tierras del sur. Los
comanda una noble, a la que llaman la dama blanca, no la he conocido. Raramente
viajamos tan al norte, pero dicen que puede ser terrible.-
-Y
ese vacío de poder, solo ha servido para el desorden y los planes de Rokuten.-
Elintari
asintió con pena y contuvo un llanto que parecía querer surgir de entre los
recuerdos. Ichinén le preguntó por algunas cuestiones específicas, sobre la
casa púrpura, la roja, la azul y la verde.
-Artus
era el último rey de una tierra unida, los púrpuras murieron con él. Algunos de
esa casa verde que mencionas se encuentran ahora en Caerleon, pero poco
abolengo queda en esta tierra.-
-Los
azules son de mi reino, sin ir a Azaláys no puedo saber que tanto queda de los míos.
De los rojos puede que encontremos en la capital, aunque seguramente serán señores
sin mucho poder o con más que nada bandidos de segunda, si es que alguno queda
para representar a su casa.-
Al
levantar el campamento, Ichinén vio como Elintari lo seguía con una insistencia
que rozaba la devoción. Aquello no le agradaba, en el pasado, había visto como
la fe ciega en un líder los había llevado al desastre. Y él mismo había peleado
una guerra junto a buenos guerreros, solo para verlos caer.
Andando
el camino, intentó mantenerse aparte. El sendero los llevaría hasta Mitjaval y
ella quizás seguiría su propio destino. Aunque ya había acordado con su gente
en que lo acompañarían, no deseaba arrastrar a todos hacia una posible guerra
que no los involucraba. Por esto, antes de seguir más al norte, a Anthurium,
capital del antiguo reino; dividieron a los civiles de los posibles luchadores.
Algunos pocos guerreros elfos quedarían como custodia para Ichinén y Elintari,
en su viaje a la capital.
El
resto iría más allá de las montañas que limitaban con Azaláys.
-Nos
encontraremos apenas cruzando las montañas, ese es mi ducado y podrán asentarse
sin problemas, solo con decir mi nombre.-
Fue
así, que el destino encontró a Ichinén con algunos pocos asturien, Elintari, un
par de elfos, Johan y Teban. Ese reducido grupo estaba a punto de entrar a las
fauces de la bestia.
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