Era la medianoche, cuando los pasos comenzaron
en el camino. Hei No Saimon estaba molesto, deseaba terminar con esa molestia
lo más pronto posible. Pero aun, faltaba mucho para deshacerse de su
prisionero.
-Este agitador está incordiando a la gente
equivocada, no debe permitírsele continuar. El exilio a la isla de Sado no es
la solución, pero si de ser posible fuera ejecutado por el camino… digamos que
convendría más a nuestros planes.-
El tan atribulado jefe de asuntos policiales
entendió bien la indirecta que le habían inducido. Ya tan personas querían ver
fuera de juego a ese revoltoso, que él no sabía a quién complacer primero. El
exilio o la ejecución, lo segundo era más definitivo. Ni tan siquiera
problemático. Al llegar a Mastubagayatsu, esperaban encontrar al agitador y a
otros cómplices armados, o a lo sumo un arsenal escondido. La numerosa tropa
que acompañaba Hei No Saimon, se sintió desconcertada de solo encontrar a un
monje, fornido y de aspecto recio; pero solo un religioso al fin. Debió aclarar
enfáticamente que ese era a quien venían a arrestar. No muchos quisieron
reaccionar, un hombre religioso solo era demasiado fácil para tan concurrida
soldadesca. Uno de ellos, Shofu Bo, tomó uno de los rollos de lectura que el
monje estaba estudiando y que llevaba entre sus ropas. En esa época, se
escribía en grandes y largas tiras de papel para luego enrollarse en torno a
una vara de madera. Esgrimiéndolo en alto, golpeó en pleno rostro al monje. La respuesta
del agredido fue:
-Insensata la actitud de Hei No Saimon. Has
derribado al pilar del Japón!-
Aunque revolvieron las mamparas de la casa y
levantaron las tablas del suelo, no hallaron armas. Nichirén Daishonin era solo
un monje denunciando la corrupción y los privilegios del clero imperante. Y
como esto repercutía en los sufrimientos de la población. Por esas razones era
que había sido marcado para morir, por gente que no deseaba seguir soportando
sus denuncias ni perder sus lujos.
¿Iba a ser trasladado a la inhóspita isla de
Sado o no llegaría nunca a destino? Nadie había muerto por el Sutra del Loto,
sabía que no podía retroceder ante el avance de las fuerzas negativas. El rey
demonio del sexto cielo sonreía desde su palacio. Los soldados comentaban o
bromeaban, sabían que llegarían hasta la playa, donde realizaban generalmente
ejecuciones. Ese sería el destino final. Nichirén Daishonin estaba en paz consigo
mismo, si ese era su destino lo aceptaba. Pero algo lo movilizaba en otra
dirección. No era correcto que prevalecieran los infames y los hipócritas. Él
no podía ser asesinado como un vulgar criminal para que ellos pudieran anunciar
ante todo el pueblo que el Daishonin no había podido salvarse a sí mismo, por
lo que su enseñanza era falsa. Una revolución se dio en su interior, como la
que la Luna realiza en torno a la tierra o esta sobre sí misma.
Era la medianoche, cuando la procesión pasó por
Tsurugaoka. El Daishonin pidió apearse del caballo ante el santuario de
Hachiman. Caminó hasta la estatua del bodhisattva y en tono vehemente, lo
increpó:
-Bodhisattva Hachiman. ¿Eres en verdad una
deidad? Yo, Nichirén, soy el devoto más grande del Sutra del Loto en todo el
Japón y estoy libre de la más mínima culpa. Cuando el Buda Shakyamuni predicó
el Sutra del Loto, el buda Taho y muchos otros budas y bodhisattvas aparecieron
brillando como numerosos soles, lunas, estrellas y espejos. En presencia de los
incontables budas y deidades de la India, la China y el Japón, el Buda solicitó
a cada deidad que jurase proteger al devoto del Sutra del Loto en todas las
épocas. Todas y cada una de ustedes, proclamaron este juramento. No tendría que
estar recordándoselo. ¿Por qué no están aquí para cumplir su promesa, ahora que
el momento ha llegado? Si esta noche me ejecutan, y llego a la tierra pura del
Pico del Águila, informaré de inmediato al buda Shakyamuni que Tensho Daijin y
Hachiman han quebrantado el juramento que hicieron ante él. ¡Si sienten que eso
les pesará demasiado, será mejor que hagan algo al respecto cuanto antes!-
En las palabras del monje Nichirén estaba
expresado lo que era un secreto a voces, iba a ser ejecutado sin más excusa.
Para eso lo llevaban a Tatsunokuchi. No iba al exilio como había sido barajado
y anunciado. Los soldados no salían de su sorpresa por la amonestación a
Hachiman por parte del Daishonin. Este se dirigió a su caballo nuevamente,
montó y cabalgó con dignidad.
El destacamento de la muerte estaba llegando a
la playa de Yuigahama, por lo que solicitó que se le avisara a un discípulo suyo.
Un niño llamado Kumao, rápidamente llevó el mensaje a destino.
Paradójicamente, este lugar paradisiaco y
hermoso era el sitio que llevaría tan mal recuerdo, donde la trampa sobre
Nichirén se cerraba. Claramente, el monje no deseaba escapar, esa sería la
excusa perfecta para sus vigilantes. Shijo Kingo, el discípulo convocado, llegó
con sus hermanos y lágrimas en sus ojos. Al ver ese grupo numeroso, apretó el
Tsuka maki de su katana y se aferró con la otra mano a las riendas del caballo
de su maestro.
-Si han de ejecutarlo, van a matarme a mi primero.
Moriré con mi maestro.-
Los soldados estaban más que complacidos con ese
desafío, apoyados en su superioridad numérica y la oscuridad de la noche.
Nichirén detuvo a Kingo, bajó del corcel y de
frente le habló a los ojos.
-Esta noche, seré decapitado...-siguió un largo
debate entre maestro y discípulo.
Shijo Kingo era de un carácter muy impulsivo,
pero era extremadamente honorable y leal.
-Son sus últimos momentos.-le respondió al
Daishonin, sin poder contemplar el llanto.
-Hasta ahora, nadie ha muerto por el Sutra del
Loto. Nací para convertirme en un pobre sacerdote, incapaz de saldar por
completo la deuda de gratitud que contraje con mis padres y con mi país. Ahora,
ofrendaré mi cabeza cercenada al Sutra del Loto y compartiré los beneficios que
me esperan con mis padres, y con mis discípulos
y creyentes, tal como a usted se lo he prometido.-
Fue Kingo quien guió las riendas del caballo de
Nichirén. “La ley de fuga” se aplicaría, aunque en esta época no la denominaran
así. El pretexto sería que Nichirén había intentado escapar y por eso había
sido ajusticiado. Tal vez por eso, el Daishonin refrenó a su discípulo samurái y
médico, Shijo Kingo. Ese fraudulento trato al prisionero y las ordenes que
debían ser obedecidas, no tenían muy tranquilos a algunos soldados. En esos
tiempos, mucho más entre los soldados, existían numerosas supersticiones con
ejecuciones injustas o mal gestionadas. Creían también que si el ejecutado
miraba a alguien en el momento de su muerte, su espíritu los visitaría de por
vida. Por lo cual, esa decapitación se llevaría a cabo bien de madrugada y en
una playa desolada como Tatsunokuchi, a “La Boca del Dragón”, como se le decía
a ese lugar de ejecución, para criminales y conspiradores. Los soldados se
distribuyeron en arco, Hei No Saimon se sentó en la silla del testigo oficial, el
verdugo permanecía de pie detrás suyo. Nichirén se sentó en una estera de paja
y entonó tranquila pero firmemente.
- Nam Myoho Rengue Kyo.
Nam Myoho Rengue Kyo. Nam Myoho
Rengue Kyo.-para luego extender el cuello, esperando el golpe.
No faltaba mucho para amanecer, pero esa es
precisamente la hora más oscura, como lo es la de Nichirén Daishonin. La
penumbra era lo suficientemente densa como para apañar la superstición. El arma
estaba a punto de caer y separar la cabeza del cuerpo.
Cuando el cielo se iluminó. La noche ya no fue
tan oscura. Nichirén se giró y entrecerró los ojos en dirección a la fuente
luminosa. Distinguió un cuerpo que emitió un gran resplandor, brillante como la
luna. Parecía provenir de la dirección de Enoshima, saliendo disparado a través
del cielo. Antes de ese evento, todo estaba demasiado oscuro para que se viera
el rostro de nadie, luego de esto, todo había cambiado. El verdugo cayó de
bruces, cegado por la luminosidad, tan clara como la luna llena. Los soldados,
en principio se vieron paralizados. Luego, algunos huyeron, otros se arrojaron
de los caballos y se hincaron en el suelo, mientras que algunos otros se
agazaparon detrás de sus monturas. La luz pasó en dirección sudeste al noreste,
lo que hizo huir a los que quedaban.
-Vuelvan! ¿Por qué huyen de este miserable
prisionero?-les gritó Nichirén Daishonin.-¡Acérquense! ¡Más Cerca!-
Aunque el caos ya había tenido su fiesta en
esos corazones. Nadie quedó que no fueran partidarios del condenado. Kingo, sus
hermanos y el propio Daishonin.
Nichirén miró perderse el objeto luminoso en el
horizonte, continuando la espera. Él sabía que debía morir si era necesario. Y
en realidad, le pareció que así era. Un mortal común llamado Nichirén había
muerto en la playa de Tatsunokuchi, pero un buda conocido como Nichirén Daishonin
había renacido. Varios minutos pasaron y el cielo comenzaba a clarear.
-Vamos!-le dijo el Buda Nichirén a Shijo Kingo.-Si
no me han cortado la cabeza ahora, no me la van a cortar jamás.-
Esas palabras serían proféticas, ya que pese a
numerables persecuciones y exilios, no podrían asesinarlo.
El Daishonin guió al grupo que lo seguía a
través del bosque. Algunos tenían mucho miedo en ir por donde había
desaparecido el objeto luminoso.
-No teman, esa parte última del trayecto debo
hacerlo en solitario.-
-Yo lo acompañaré, maestro.-aseveró Kingo.
-No corro peligro, no tema por mí.-le respondió
el Daishonin.
Aun así, el médico y samurái insistió en
seguirlo de cerca.
¿Qué fue ese objeto de luz? ¿Qué iluminó el
cielo de tal forma que hizo huir a los que deseaban matar al Daishonin? La
respuesta más real y más simple es, que las fuerzas protectoras del universo,
obraron para salvar al Daishonin. Hachiman, una de estas Shoten Zenjin,
propició que ciertos elementos se movieran para lograr el objetivo de salvar a
quien lo había amonestado. Se cree que no deseaba recibir una reprimenda del
Buda, por haber faltado a su juramento en el Pico del Águila. Pero claramente,
cumplió, así que puede descansar tranquilo.
La respuesta más detallada, es un poco más difícil
de desarrollar. Se refiere a una pequeña, apenas un transbordador de corta
distancia, conocido como “Wittgenstein”, número de código NMRK – 1975, de la
nave “Karma.”
-Dijiste que tenías claro como manejar esto.-se
quejó Ichinén.
-Su contraparte le explicó lo básico. Todo activado
por voz.-explicó Dulce, saltando del asiento al suelo.
-Si, sacando que no esperaba que nos cruzáramos
con unos árboles al tratar de aterrizar. La idea era buena.-replicó el
guerrero.
-Salgamos afuera que ya me siento como una
sardina.-intervino Teban.-Computadora, active el programa Victoria 87 Omega Tango.-
Un silbido electrónico resonó en la cabina, que
los hizo sobresaltar.
-Alerta, secuencia de autodestrucción activada.
20 segundos y contando. No habrá más avisos.-se escuchó decir a la voz de la
computadora.
-¿Qué hiciste?-le gritó Victoria.
-Lo que prometimos a tu otro yo.-respondió sin
entender tanta alharaca repentina.
-Si, pero eso una vez que saliéramos de la nave.-
La huida de la nave fue electrizante, por
decirlo de alguna manera. Ninguno había estado seguro de cuanto podía correr en
menos de 20 segundos. La explosión no fue tan devastadora ni tan llamativa,
pero no hubieran contado el cuento de estar dentro, eso seguro.
-Gracias, Teban. No teníamos suficiente acción últimamente.-se
mofó el guerrero Ichinén.
-Era para saber si estaban despiertos.-replicó
el gato, con mirada displicente y corriendo el rostro.
-Chssst. Alguien se acerca.-anunció la gata.
Nichirén Daishonin y Shijo Kingo entraron al
claro en el bosque donde el guerrero y sus amigos recuperaban el aliento.
-No se quejen.-protestó el felino.-Vinimos en
busca del tercer maestro. Él ya nos ha encontrado.
El Daishonin se acercó y estrechó ambas manos
al guerrero.
-Ichinén, es un gusto conocerte, te estaba
esperando.-
No hay comentarios.:
Publicar un comentario