11/30/2015

27-En el día más oscuro.

 
El juicio fue todo lo farsesco que Ichinén esperaba y más. Una multitud se agolpaba a ver que ocurría. Para ellos era tan solo un espectáculo, un entretenimiento. La gente paseante no entendía porque razón ese hombre estaba siendo juzgado. En el estado de la ira, la intolerancia es primera regla, porque se actúa de esa forma. En este reino, Ichinén sabía que poco se podía razonar con los furibundos agitados por el traidor Devadatta. Intentó escapar un par de veces, incluso llegó a huir por un pasillo, pero todas las puertas estaban cerradas. Solo consiguió castigos y más golpes. Aunque los captores no salieron indemnes tampoco. Ichinén decidió esperar la oportunidad cuando saliera de la prisión, quizá en camino a la ejecución previamente gestionada por el enemigo. Los captores tomaron en este caso, la precaución de encadenarlo fuertemente, siempre que lo sacaban de la celda. En el juicio, un ominoso jurado lo observaba silencioso, al fondo una silueta más alta, que tardó en identificar. El juez era apenas una figura decorativa, aunque sombría ciertamente. Le preguntó a Ichinén si se confesaba culpable de los crímenes, aunque sin aclarar cuales eran ellos.
-¿De que crimen se me acusa, acaso existe verdaderamente una razón o solo es un invento?-
-Agitador, revoltoso, ir en contra de las creencias establecidas... ¿Sigo enumerando?-
Citaron el episodio en la posada de los muertos, aunque nadie de los presentes había estado allí ni se había visto afectado. Simplemente, el traidor primo del príncipe tenía buenos informantes.
-¿Que no crea o piense lo mismo que ustedes es un crimen? Se nota que es la tierra de la intolerancia esta, solo la ira es tan obtusa.-respondió el guerrero.
Esto no ayudó mucho a Ichinén. Lo devolvieron a la celda. Dos días, duró esa comedia. En la víspera del tercero, Ichinén se encontraba solo en su celda y sentía flaquear sus  fuerzas. El alimento era escaso o nulo y su firme voluntad oscilaba ante el viento de las circunstancias. Esa noche fue quizá la más larga de su encarcelamiento. Pensando que el día siguiente sería el veredicto final, se recostó en el suelo de la incómoda prisión y trató de dormir. En el punto que dista entre el sueño y la vigilia, sintió una presencia familiar, pero que no reconoció. Una voz, firme y recia, decía:
-"De todas las persecuciones que he sufrido, las peores fueron el intento de ejecución en Tatsunokuchi y el atentado en Tojo. Ninguna de las otras representó una agresión directa hacia mi vida. He sido calumniado, denunciado, desalojado, falsamente acusado y golpeado en el rostro, pero todos estos, en comparación, fueron incidentes menores."-
Ichinén se levantó de repente y miró en derredor desconcertado. La voz había sido tan clara que no podía decir que había sido un sueño. Sacudió la cabeza y se miró las manos. Mañana o tal vez un poco más, iba a morir.
-Si he de perecer, seguirá pugnando por lo que creo y lo hago en los valores de Kosen Rufu. Aunque no llegue a esa tierra, no traicionaré sus valores. Por que de lo contrario no merezco lograr mi objetivo de alcanzarlo.-
La noche le trajo millares de dudas, pero no había escapatoria ante lo evidente. La sentencia sería dictada. Y así fue, como premeditadamente había sido planeada. Su ánimo oscilaba entre las inamovibles circunstancias desesperantes y la vana esperanza de un clavo ardiendo.
El día no fue mejor, temprano lo levantaron para prepararlo para el tribunal. El juicio culminó más farsesco que nunca antes, con clowns y reidores. Cuando le pidieron que expresara su alegato, Ichinén les dijo a todos los presentes.
-Yo no he cometido ningún crimen, excepto el de no pensar lo mismo que ustedes, ni creer en lo mismo que ustedes. Y como me niego a aceptar la derrota, la muerte y sucumbir ante la oscuridad; desean eliminarme. Sepan que eliminarme a mi no solucionará nada, siempre surgirá gente que se opondrá a la derrota, a la muerte y que luche por la libertad. Todos ustedes son todos prisioneros, de sus miedos, de su ira, de su estupidez.-
El público, el jurado, incluso el juez se removieron inquietos y demostraron su desagrado. Ichinén fue arrastrado de las cadenas que lo maniataban. Lo llevaron por el camino a las montañas. Llegados a un punto, la multitud que lo seguía en peregrinación sumaria se fue quedando rezagada. Solo tres soldados lo llevaban. Pero aun con todo, Ichinén no podía zafarse de las cadenas y estaba muy agotado como para correr en esas circunstancias.
-Aquí viene Seiryu.-gritó uno de los soldados, por encima del ventarrón que se levantaba en lo alto.
El dragón llegó de apenas un corto vuelo desde lo alto de un pico y se posó abriendo las alas en toda su extensión. Toda la magnificencia de la bestia hizo temblar a Ichinén. El dragón azul miró a las criaturas a sus pies como quien observa hormigas caminando junto a su pie.
-Así que este es el que debe ser ejecutado. ¿Cual es el cargo?-
El soldado que no sostenía las cadenas de Ichinén fue el que respondió.
-Se le acusa y se le condena, por asociación con un conocido hereje agitador como es el príncipe Sidda...-
-Si, si, ya conozco todo eso.-lo interrumpió Seiryu de mal talante, como todo dragón que se precie cuando lo aburren.-Terminemos de una vez con esto.-
Ichinén vio una ladera a las espaldas del dragón, sobre la cima más cercana, veía clara la silueta de Teban, su compañero gato. El dragón azul se acercó adonde Ichinén era retenido y la fugaz visión fue entorpecida por la descomunal criatura. Las fauces del dragón se cerraron sobre la carne.

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