Tosió al
aterrizar sobre sus posaderas, mientras trataba de aclarar la cabeza y ver
donde estaba. Apenas echar un ojo para arriba, se percató que aquello no era
una opción. El pozo donde había caído era totalmente empinado y no presentaba
condiciones para poder treparlo. Pese a todo, intentó hacerlo, apoyándose contra
una y otra pared del túnel. Pero no más de intentarlo, cierto musgo o verdín en
las paredes lo hacía resbalar. No se puede negar que Ichinén es tozudo, pero la
realidad terminó por imponerse.
-Milord, se
encuentra bien?-escuchó la voz de Elintari desde arriba.
-Ichinén.
Acaso tropezaste?-inquirió el gato junto a la elfa.
-No, Teban.
Lo hice para que mi gato se entretenga con su humano.-ironizó el guerrero.-El
piso cedió, claro que terminé tropezando y por poco no me desnuco.-
-No siento
ningún portal ahí abajo, de hecho, no percibo nada, como si eso fuera un pozo
de ceguera para mi.-explicó el gato a su compañero de viaje.
-Un gato
guía, me lleva por incontables mundos paralelos, pero no me puedo sacar de este
atolladero.-comentó Ichinén, no sin cierta amargura.
-Voy a ver
si consigo una soga.-replicó la dama élfica.
-Dudo que
tengan una tan larga.-respondió el duque.-Aquí hay túneles, puede que encuentre
otra salida.-
Mirando en
la impenetrable penumbra, distinguía una pared que se bifurcaba. Comenzó a
caminar y trató de armar una antorcha pero una brisa ligera que volaba la poca
llama que lograba generar. Siguió a tientas cuando sintió que alguna
luminiscencia le marcaba el camino, algo que no estaba seguro si provenía de
las paredes o del camino delante. El leve resplandor lo terminó orientando a
una inmensa bóveda en la que se encontró con varios túneles. Se giró sobre si y
descubrió que el túnel por el que había llegado allí, ya no estaba. Aquello era
muy perturbador, pero se concentró en el problema enfrente suyo. Un viento que provenía
de uno de los túneles, lo golpeó de repente y lo hizo trastabillar hacia atrás.
Su visión y mente se nublaron.
La caverna
ya no estaba allí, era una ciudad, algo que se le hacía familiar pero no del
todo. Caminó o creyó hacerlo por unos escasos metros.
-Esto es
Menkalinam, es mi ciudad natal.-exclamó sin poder creerlo, era mucho más grande
y lujosa de lo que la recordaba.
Pero algo
estaba mal, Ichinén sabía que aquello no podía ser real. Era una Menkalinam que
sería real en un mundo donde no la hubieran destruido los demonios. Y ese no
era su mundo. Ese pensamiento lo volvió a la caverna, y esta vez sintió una
ventisca de la dirección contraria. Al parpadear, observó la misma Menkalinam
de antes, pero esta vez en ruinas y con incendios por todas partes.
-Por todos
los bodhisattvas! Cuál es la versión real? La prospera ciudad o la que se
encuentra destruida?-
La visión
era enloquecedora, pero Ichinén desconfió de lo que percibía.
-Aquí hay
alguna especie de engaño. Pero no entiendo el objeto.-se dijo a sí mismo.
Un nuevo
viento, apenas un segundo en la realidad de la caverna, y vuelta en la visión.
Esta vez con gente que lo señalaba.
-No estabas
aquí, duque, le fallaste a esta ciudad. Es un ser vil y mezquino.-le gritaban.
Ichinén
intentó explicar que en la guerra, había terminado en el infierno, prisionero y
torturado. El siguiente ventarrón lo volvió a la Menkalinam luminosa. En esta
versión, la gente lo ovacionaba y un hombre con aspecto de funcionario de la
corte lo condecoraba. Ichinén no entendía muy bien porque deseaba ponerle una
medalla en el pecho, o que había hecho para merecerlo. El guerrero veía con la
misma extrañeza a la gente que lo honraba como a la que lo defenestraba.
El viento
seguía cambiando y la gente ahora lo perseguía por entre la destruida ciudad,
le arrojaba piedras y corrió con espadas en alto. Esto le hizo acordar cuando
había estado en el mundo del tercer maestro, donde unos corruptos soldados
habían querido asesinar a Nichirén. Ante un nuevo cambio en el aire, la
multitud lo aclamaba como héroe y vitoreaba su nombre. No entendía que clase de
trampa mortal podía ser esa. Quizás alguna brujería demoniaca que había quedado
alojada en esa caverna. No tenía sentido que mostraba algo muy positivo y su
extremo contrario. Volvió a verse en la caverna y casi se desmaya en el suelo,
se enderezó en el preciso momento en que otra ráfaga de aire lo golpeaba. Sabía
que ahora vendría algo desagradable, se sentía como una pelota en un juego de
ida y vuelta. No se equivocó, estaba ahora bajo techo, en un salón donde estaba
siendo enjuiciado y condenado a muerte. El que oficiaba la ceremonia, golpeaba
con un martillo en una mesa.
-Esto no es
real, esto no es real.-gritó el guerrero.
Por
segundos, vio de nuevo la caverna, que había cambiado nuevamente su
configuración. Algo más pasaba en todo eso y se le estaba escapando como los
vientos que lo azotaban. La visión se deformó completamente, como un sueño que
cambiaba de escenario en borrones oníricos. El salón era todo oscuridad, solo
podía distinguir a una figura femenina. No supo porque, pero esa silueta le
ponía en alerta, algo era incómodamente familiar. Al girarse, la mujer que veía
era Innocenza o Victoria. En tal caso, era casi lo mismo. Innocenza era reina
en un mundo, la versión de Victoria en ese universo que visitó. Tanto una como
otra eran la contraparte en cada universo, con diferencias claras, pero en casi
la misma. Acercándose más allá, la vio más parecida a Innocenza. La llamó por
el nombre y cuando ella parecía que le respondería, de su boca brotó sangre a
borbotones.
-Noooo.-gritó
mientras corría desesperado.-No me hagas pasar por esto de nuevo.-
-Ella murió
por tu culpa, el rey demonio la asesino por tu causa.-escuchó decir a Valdemar,
algo similar a lo que el ayudante de Innocenza le había indicado acusadoramente
en su momento. Ichinén cayó de rodillas y deseó que nada de todo eso fuera
real. Aunque Innocenza si estaba muerta en verdad y su reino entero estaba
destruido, aunque no sabía si tanto como lo había visto en esas visiones.
El octavo
viento se llevó la imagen del cuerpo yacente de Innocenza y lo dejó frente a
Victoria. La princesa de Kosen Rufu, se acercaba a él y le lanzaba los brazos
al cuello.
-Sé que me
deseás, Ichinén. No me mientas.-decía la Victoria de esta visión, con una
actitud que Ichinén sabía que no era verdad, pero que a la vez sentía
agradable.-Deseas que no lleguemos a mi tierra para que así no pueda que
casarme, querés quedarte conmigo. Eso es posible. Podemos estar juntos, si sos
así de egoísta.-
-No, no es verdad,
me comprometí a guiarte a tu hogar.-exclamó el guerrero, sacudiendo la cabeza.
-Vos querés
que sea tuya.-siguió diciendo esa ficticia Victoria.
-No es así,
no haría eso.-
Las visiones
se agolparon, rápidamente pasaban de estar en Menkalinam destruida a la
floreciente ciudad. De ver gente que lo aplaudía a gente que lo perseguía con
intenciones asesinas. De estar junto al cadáver de Innocenza a estar junto a
una Victoria que lo besaba. La vorágine de imágenes lo mareaba y sentía que las
rodillas le temblaban. En ese huracán que parecía engullirlo, en el ojo de la
tormenta, sintió como un susurro. Era la voz del tercer maestro, Nichirén
Daishonin.
-“El hombre
realmente sabio no se dejará arrastrar por ninguno de los ocho vientos:
prosperidad, decadencia, deshonra, honor, alabanza, censura, sufrimiento y
placer. No se regocija por la prosperidad ni lo aflige la decadencia. Las
deidades celestiales, sin falta, protegerán a la persona que no se deje influir
por estos ocho vientos.”-
El guerrero
Ichinén, duque de Menkalinam; abrió los ojos. Y se vio ante la tormenta de imágenes
y sensaciones.
-Recuerda
quien eres.-se decía a sí mismo.
Y en voz alta
manifestó, mientras desenvainaba a su espada, Daimoku.
-Yo soy
Ichinén.-
El grito
resonó en la caverna y la espada vibró con el sonido del universo, golpeando a su
vez al remolino de realidades que pasaban delante de los ojos del guerrero. El
estallido de luz, disipó toda ensoñación y ya no hubo más que la silenciosa y
oscura caverna. Ya no había túneles o bifurcaciones, solo una larga explanada
que a lo lejos terminaba en una puerta de roca.
-Gracias por
sus enseñanzas, maestro.-
Con la
luminiscencia de la espada que aun vibraba al son del universo, Ichinén se
encaminó a la salida. Luego de varios desvíos y subidas, logró salir a la
superficie. El sol lo deslumbró por un segundo, pero al acostumbrarse al cambio
lumínico, examinó los alrededores. Desde ese costado de la montaña, podía ver
la capital del reino. A lo lejos, estaba Anthurium, el lugar adonde se
dirigían. Fue en busca de sus compañeros, en bien de alentarlos a seguir,
sabiendo que el objetivo estaba cerca. Lo que no vio Ichinén, fue la figura
femenina que lo seguía de lejos. La capucha le ocultaba la cara, y por una muy
buen razón, aquel era un rostro muy familiar para el duque. Quizás un poco
demasiado.