La máquina
o lo que fuera que estuvieran haciendo en la isla Kerkyra, estaba teniendo
efectos en el resto del continente. Habían llegado noticias al reino de Astur,
donde se encontraba luego de su misión. El portavoz de noticias, no tenía buen
semblante, les notificó que todo el archipiélago orco, al sur de las penínsulas
de Galja y Taranis; estaba temblando. Ichinén, Johan y otros asturien,
utilizaron diversos portales, abiertos por otros tantos gatos custodios de
pasajes. Al llegar a destino, vieron una masa de líquido oceánico de tamaño
descomunal. La destrucción era completa, no había sido la última oleada salvaje
del mar, ni sería la última, pero si fue una de las más graves. Ichinén, junto
con sus acompañantes se apresuraron a llegar a la ciudad costera que había sido
más golpeada por el tsunami. Tres días estuvieron, casi sin dormir, ayudando a
los heridos, quitando escombros y rescatando sobrevivientes. O
desgraciadamente, descubriendo los cadáveres de los ahogados. La noche del
tercer día, casi amaneciendo, Ichinén había escuchado un quejido. El sonido fue
solo de un pequeño perro, que se mantenía acurrucado junto a un niño elfo que
yacía entre los escombros. Quizás era su mascota, o tal vez solo habían quedado
atrapados juntos y el can pedía ayuda. Ichinén aferró el cuerpo y constató para
su pesar que el infante ya no respiraba.
-Está
muerto.-le informó uno de los asturien, como si no lo supiera.
El
guerrero se contrajo en un espasmo de furia, como si le hubieran apuñalado y
unas lágrimas de frustración le saltaron al rostro. Así se mantuvo por largo
rato, sintiendo cada vez más la mano de Rokuten sobre su hogar y sobre sí
mismo.
Sin
sueños fue su letargo de tres horas, apenas pudo dormir de lo mal que se
sentía. Unas pisadas lo sobresaltaron y despejaron del todo.
-Lamento
molestar su sueño, no quise alarmarlo, mi señor.-
Una
guerrera elfa, de rubios cabellos y una altura amazónica, estaba de pie frente
a él.
-No
tema, mi señora. No pude dormir casi, sabiendo que podemos ser tapados por el océano,
en cualquier momento.-replicó el guerrero, incorporándose y sacudiendo el
rostro.
-No
soy una señora, apenas una guardiana de la ciudad… pero no sirvió para mucho.-
La
frustración de la elfa, le mostró a Ichinén que no solo él sufría ese trance.
El guerrero se plantó frente a ella y la sujetó por los hombros, como si
tratara que no rodara por el suelo. Viendo el decaimiento general en todos, no
era algo tan descabellado desfallecer allí mismo.
-La
tragedia ya ocurrió, el culpable pagará en algún momento, pero por ahora,
debemos ayudar a tu pueblo.-
-Mi
señor, tu eres el duque de la vecina tierra de Azaláys. ¿No es así?-inquirió la
guardiana élfica.
-Lo
es. Soy de Menkalinam, al norte de Azaláys. Pero no estoy aquí como un duque en
representación de mi nación. Soy solo uno más entre estos compañeros asturien, que
desea prestar ayuda.-
-Es
muy bienvenida, mi señor.-la elfa le hizo una reverencia y besó las manos que estaban
encallecidas de tanto ajetreo.
Ichinén
se dejó guiar por la mujer, para seguir aportando lo que tan poco les parecía
luego de tal desastre. Todo el día estuvieron rescatando personas, algunos
fallecidos, menos mientras más lejos de la costa se encontraran. A media tarde,
comenzaron a organizarse en caravanas, para alejarse de las grandes masas de
aguas.
Algunos
viajeros asturien con sus gatos, se dirigieron en portales a investigar la
fuente del tsunami, en el archipiélago orco del sur. Casi al anochecer,
regresaron con noticias. Encontraron a Elintari, la guerrera elfa, comiendo con
Ichinén frente a un fuego.
-¿Qué
noticias traen? ¿Qué fue eso en el archipiélago orco?-interrogó sin piedad el
guerrero, apenas luego de saludarlos.
El
asturien no sabía por donde empezar, se le notaba en el rostro que estaba
buscando procesar lo que diría a continuación.
-Milord…
yo no… no se…-
-Dígalo,
buen hombre. Por todos los infiernos! ¿Qué hay en el archipiélago?-lanzó el impaciente
duque.
-Ya
no hay archipiélago. No podíamos encontrar un portal dentro de ese lugar, hasta
que llegamos a una masa de roca que no fue hundida y pudimos verlo. Algunos
barcos orcos partían a la isla Kerkyra, seguramente a unirse a las filas de los
monstruos que han tomado esa tierra. No todos los habitantes orcos quisieron aliarse
a ellos, tal como nosotros hicimos, debieron rechazar a los falsos emisarios de
Rokuten.-
-¿Qué
fue de ellos?-intervino Elintari, temiendo saber la respuesta.
-Sus
cuerpos están flotando en el océano, al sur.-concluyó el hombre, y bajó el
rostro compungido, como si el recuerdo lo dejara sin aire.
Ichinén
se sentó junto al fuego y Elintari junto con él, llorando en silencio. Extraño
se ha vuelto el mundo, pensó para sí mismo el guerrero. Una elfa llora la
muerte de orcos, sus conocidos adversarios. El guerrero le pasó un brazo por
los hombros y trató de consolarla, pero la pena aún era más honda que el océano
que había intentado tragárselos.
La
mañana no le trajo mejores noticias, ya estaban ultimando algunos detalles para
partir al norte, con todo lo que les hubiera quedado y lo que pudieran
encontrar. Ichinén se sentó frente al borde de un acantilado, mirando el continuo
vaivén del mar. En otras circunstancias, esto lo hubiera calmado. Usualmente,
contemplar el agua, lo relajaba. Pero no hoy.
-Espero
que el suicidio no sea algo que esté entre tus pensamientos.-se escuchó decir a
una voz conocida a su espalda.
Ichinén
se giró rápidamente, asombrado de quien era el dueño de esa voz. A su espalda,
encontró al tercer maestro, Nichirén Daishonin. El monje se encontraba de pie,
mirando al océano, tal como hacía el guerrero.
-Maestro
Nichirén. ¿Cómo es que se encuentra aquí?-
-Me
brindaste tu ayuda en un momento de gran tribulación. Vengo a pagar esa deuda
de gratitud, con apenas un modesto aliento.-
-Aliento
es lo que más necesito en este momento, maestro.-
-Veo
que hay mucho sufrimiento en esta tierra. ¿Qué ha ocurrido?-
El
guerrero explicó con todo detalle, lo que había ocurrido desde que salieron de
Astur. No sin tener un nudo de angustia en la garganta, durante algunos pasajes
del relato.
-Sabemos
que es obra de Rokuten, pero no conozco su plan completo.-concluyó Ichinén.
El
Buda se mantuvo impasible unos segundos y miró al océano una vez más.
-Cuando
surge una decisión, es esperable que se manifiesten las dificultades. Rokuten
es solo una fuerza negativa en el universo, que se opone a tu decisión de
llegar a Kosen Rufu. Él sabe que la humanidad será libre de su influencia y no
serán sus esclavos, si tienes éxito.-
-Lo sé,
maestro. Rokuten lo ha dejado claro, y se desquita con quien puede o tiene a la
mano. Lanza mares enteros contra inocentes. ¿Cómo se combate un odio tan arcano?-
-El
sufrimiento está. El desastre ya ha sucedido. La pregunta que surge, Ichinén, es…
¿Qué vas a hacer al respecto?-
El
guerrero se quedó petrificado, sin saber que responder. El monje caminó hasta
el borde del acantilado, como si solo contemplara el horizonte.
-¿Vas
a huir? ¿Esconderte para que no lastimen a nadie más? ¿Rogar por piedad? ¿Servirá
para algo?-
-No,
maestro. Lo sé bien.-
Nichirén
lo observó y enfatizó con su dedo índice.
-Exactamente,
ya sabes lo que es. Y lo que será desde la perspectiva del rey demonio. Él no
cejara en su empeño. Lo único sobre lo que ignoramos es que vas a hacer a
continuación.-
-Seguiré
adelante, salvaré a los que pueda y llegaré a Kosen Rufu.-
-¿Para
que el rey demonio sufra por su traspié?-
-Si
es posible algo así.-
-Errado!
Te equivocas si esperas que el señor del sexto cielo se preocupe por tus
andares y venidas. Tu motivación principal es y debe ser, seguir el camino de
la ley.-
-¿Cuál
es el camino de la ley, maestro?-
El
Daishonin abrió los brazos como si quisiera señalar a todo el reino de Galja a
su alrededor.
-El
que has seguido todo el día. La ley es la fuerza que nos conecta verdaderamente
con los demás. Para no ser simples luces solitarias en el firmamento del
cosmos. Nos relacionamos karmicamente unos a otros. Ayudar a otros, tener
misericordia y respeto por el sufrimiento ajeno; ese es el camino de la ley. No
solo sostener una espada, la verdadera fortaleza está en seguir de pie, cuando
ya no queda nada de ti.-
Ichinén
cayó en cuenta que el desánimo no era la senda que deseaba transitar, ni
tampoco la que lo llevaría a buen puerto. La gente de Galja había perdido sus
hogares y a muchos seres queridos, y aun así solo seguían adelante. Regodearse
en su conmiseración no solo era inútil, sino de una profunda arrogancia.
En
su mente, iba trazando planes, aunque aquello podía estar muy verde para
llamarlo un plan. Sabía por donde empezar y su resolución era firme.
-Está
en lo cierto, maestro, pido disculpas. Pase lo que pase, tengo que seguir
adelante, a Kosen Rufu. Aunque me encuentre solo y nada me quede, excepto la
voluntad.-
-Alguna
vez dije: “Que todas las deidades me abandonen; que todas las persecuciones se
abatan sobre mí. Así y todo, daré mi vida por la Ley.” Ese es nuestro
compromiso.-
El
guerrero hizo una reverencia y se despidió del maestro. El Daishonin le explicó
que solo estaría un momento más en su mundo y que tal vez no se verían pronto.
-Pero
el lazo entre maestro y discípulo es fuerte, a través de los mundos, estaremos
luchando con el mismo corazón.-comentó Nichirén a modo de despedida.
Una
vez que Ichinén se alejó, para unirse a la caravana que ya partía hacia el
norte.
Teban
se acercó al acantilado donde el Buda aun miraba el horizonte.
-¿Le
abro un portal, maestro Nichirén?-inquirió el gato al acercarse.
-Si,
Teban. He hecho todo lo que está en mi mano por Ichinén. El resto, depende enteramente
de él.-
-¿Encontrar
Kosen Rufu?-
-La
tierra de Kosen Rufu no existe en este mundo, ni en ningún otro de las ocho
direcciones. Pero si la voluntad de Ichinén es firme, hallara lo que no es, en
el lugar donde menos esperen las fuerzas negativas del universo. Te necesitará,
Teban.-
-Continuaré
cuidando del humano, como me encomendaste, maestro.-
Nichirén
partió de ese mundo y Teban fue unirse a Ichinén que ya caminaba junto a la
larga procesión a lo largo de los bosques.
-¿Quién
es ahora el líder?-preguntó Ichinén a Elintari.
-Nuestro
rey ha muerto en la inundación y la cadena de mando fue completamente diezmada.
Todos acuden ahora a mí, soy lo más parecido que tienen a un guía.-
-Ya
veo. ¿Hacia dónde?-
Elintari
dudó un segundo, sabiendo que no estaba muy claro.
-Pensaba
dirigirnos a las montañas al norte, las que bajan desde Mitjaval por el este y
también por el oeste. Tomar refugio en terrenos altos, alejarnos de las
costas.-
-Un
plan correcto. Los acompañaré hasta la frontera con Mitjaval.-
-¿Adónde
te diriges, Ichinén?-
-Voy
a ir al centro mismo del continente, al una vez reino más poderoso de estas
tierras. Y aunque no se quien gobierna allí ahora. Pero quien sea, espero
convencerlo para tomar medidas que eviten algo como lo que han pasado.
Elintari
conocía demasiado bien lo que ocurría actualmente en Mitjaval, ella había
viajado como emisaria muchas veces a ese reino. No sabía como decirle a Ichinén
que aquello no era precisamente lo más sensato.