La
intempestiva entrada de Ichinén en el patio del castillo, no era notable ante
el caos circundante. Aquello era incomprensible para cualquier observador.
Incendios por doquier, gritos que clamaban por ayuda, lamentos espantosos de
los heridos. Medio castillo parecía en llamas y otro medio en ruinas. Ichinén
estaba con el corazón saliéndosele por la boca, aunque el que más había corrido
era el caballo.
-Innocenza!
¿Dónde está la reina?-gritó desesperado.
Una
sombra surcó el cielo, el cuerpo escarlata sobrevoló sobre las cabezas de los
que se encontraban en el patio de prácticas, incluido Ichinén. El monstruo giró
y lanzó fuego sobre una de las torres, la que contenía la sala de recepciones.
El
guerrero se lanzó a pie, decidido a atravesar las lenguas de fuego que se
esparcían sin control. Gritando el nombre de la reina, llegó junto a una
escalera a la torre, que ahora se encontraba semiderruida y expuesta a la
vista. Valdemar apareció tambaleando, sangraba de la sien y un hilillo también
corría de su boca hasta el mentón.
-¿Qué
ocurrió?-
Valdemar
intentó hablar, pero todo le salió entre balbuceos de dolor.
-Es
Suzaku, el dragón del rey demonio. Fue enviado por él.-
Una
risa hizo girar al guerrero, entre las llamas y el humo, una figura caminaba
hacia ellos.
-Veo
que tenés un gran aprecio por la golfa. Mucho tiempo se ha opuesto a nuestro
señor Tenyi Ma.-
El
ser, tenía cierta forma humana, pero era claramente un demonio lacayo del Rey
Demonio del Sexto Cielo.
-¿Qué
han hecho con la reina?-
-¿No
hay presentaciones? Que maleducado, guerrero.-
Ichinén
desenvainó la espada Daimoku que como nunca resonó con Nam Myoho Rengue Kyo.
-Soy
Ichinén y esta es Daimoku, la espada que en un minuto va a cercenar tu cabeza.-
-Ah,
que bien, yo soy Blava. Y solo estoy aquí para darte un mensaje. Mi señor Tenyi
Ma, o Rokuten como lo conocen aquí, te propone un intercambio. Tu vida por la
de la reina. Si te avienes a la montaña Mann, aquella que vez a tu derecha, mi
señor dejará ir a la mujer que tanto aprecias. Pero solo si lo haces solo y entregándote
por voluntad propia.-
Ichinén
apretó los dientes y enarboló la espada, el demonio le puso el cuello en
exposición, como esperando la decapitación. Esto no se hizo esperar y el
guerrero lo complació rápidamente. Mientras la cabeza demoniaca rodaba por el
suelo, Valdemar intentó pararse y tosió repetidas veces.
-¿Sabés
que es una trampa, no es así?-
-Seguramente.
Pero si no voy, va a matarla.-
-Y
si vas, nada te asegura que no la mate de todas formas. O a ti.-
Ichinén
no respondió, simplemente se ajustó las ropas junto con la espada Daimoku y fue
en busca del caballo. Valdemar lo persiguió casi pateando sus talones.
-No
puedes ir sin un plan, Ichinén. Es la muerte asegurada.-
-Que
lo sea, pero no para Innocenza.-
El
caballo que había huido, estaba no demasiado lejos, se había encerrado solo en
un callejón sin salida. Ichinén lo tironeó de las riendas, ignorando como
Valdemar intentaba convencerlo de que no fuera solo o que aquello era una
misión suicida. El único plan que se formaba en la mente de Ichinén, era su
fin.
El
ascenso al monte Mann fue largo y tétrico, por largos momentos sintió que
sombras lo vigilaban, que ojos atisbaban su marcha. En tanto oscurecía, el
camino se convertía en algo más peligroso. Tuvo que dejar al caballo cerca de
la cima. Dudaba si estaba yendo al lugar correcto, pero al ver el resplandor de
una llamarada, supo que debía seguir esa dirección. Para cuando llegó cerca del
pico, una planicie mostraba a todo un conciliábulo demoníaco. Rokuten precedía
un círculo maligno, acompañado por varios demonios-sombra, algunos Nagas y el
dragón Suzaku, recostado a la izquierda del Rey Demonio.
-Adelante
Ichinén, adelante. Acércate al fuego, seguramente estarás sintiendo frío. En tu
alma.-
El
guerrero lo miró fijamente con odio. De reojo, pudo contemplar como lo
acechaban los secuaces. Casi estaba tomando el pomo de su espada, pero Rokuten
levantó su mano.
-Viniste
por la reina Innocenza, mi gran incordio en este mundo.-
-Vine
como propusiste. Si ella sale de aquí, yo me quedo, como dijo tu lacayo Blava.-
-Es
justo.-respondió el demonio, haciendo un gesto con el dedo, para que trajeran a
la reina.
Dos
demonios-sombra empujaron de entre el tumulto circular, a una Innocenza en
cadenas. Apenas esta vio a Ichinén, le sonrió y su rostro se vio iluminada por
esperanza.
-Aquí
esta, la reina que más me ha combatido, desde aquella que reinó esa isla por 44
años. ¿Cómo era su nombre? No, no tiene importancia ahora, eso es otro mundo.-
-Libérala,
Rokuten. Soy yo al que deseas en tu poder. Me entrego sin luchar, si ella es
libre.-
-¿Yo
dije eso? Bien, no confíes en la palabra de un demonio, mucho menos en las del
Rey Demonio. Mátenlo!-
Innocenza
gritó de miedo el nombre de Ichinén, este desenvainó a Daimoku y la puso recta
en torno a su cuerpo, esperando al enemigo. Varios demonios-sombra lo atacaron
al unísono, otro demonio quiso rodearlo. Un Naga fue más rápido e intentó
enredarlo, pero perdió el miembro que había estirado, cortesía de la espada de
Ichinén. Mientras los demonios-sombra perdían la cabeza, Innocenza sufría,
viendo como rodeaban cada vez más a su amado guerrero. Ichinén recibía algunas
heridas, pero seguía, ignorando el dolor por completo. Solo la adrenalina lo
mantenía concentrado, un demonio con cierta forma humanoide se le fue encima y
cuando le lanzó un mandoble hacía la izquierda, en su axila derecha sintió una
punzada infernalmente dolorosa. Rokuten volvió a apuñarlo apenas un centímetro más
abajo del anterior golpe. Ichinén se frenó del dolor y del abrazo por la
espalda del Rey Demonio. La mano derecha ya no le respondía. Se gritó
internamente, alarmado: “No sueltes la espada, no sueltes la espada.” Pero sus
dedos ya no eran suyos o carecían de fortaleza para hacer nada más que estar
ahí presentes. Solo soltó un gorgoteo doloroso, pero no pudo articular palabra
alguna. La sangre le manó del costado del pecho, cayendo de rodillas, mientras
Rokuten lo soltaba. El líder demonio lo miraba entre el desprecio y la
diversión.
-Así
es como me gustan los seres humanos, de rodillas. Ustedes fueron creados para
sufrir. Mi entretenimiento es su pesar, su dolor, sus más oscuros sufrimientos.
Podés acabar con una legión de mis demonios, pero seguirán existiendo más. En
cambio ustedes, están condenados a morir. Aborrezco que les tengan contemplación
a esta especie patética y débil, inmundicia que se arrastra por el universo.
Basura del cosmos, que por alguna causa fortuita fueron creados. Deben sufrir,
especialmente si se oponen a mí.-
Diciendo
esto, tomó del mentón a Ichinén. Innocenza rogó por la vida de Ichinén, pero
solo generó más burlas en el grupo que los rodeaba. Rokuten paseó su mirada
alrededor, con gran cinismo.
-¿Amor?¿En
serio creen que eso los puede salvar de los cuatro sufrimientos? Ni tu príncipe
puede salvarte de eso. Su doctrina del medio, su iluminación; solo me generan
asco. Ese tan mentado Buda como le llamas a tu maestro, le ha hecho creer que
pueden ser más de la inservible estirpe que son.-
Ichinén
descubrió que esos eran sus últimos momentos. Un cuerno resonó muy cerca. El
guerrero que quiso distraer al Rey Demonio sobre si.
-¿Viene
ayuda? Sabía que vendrías solo, pero también imaginaba que otros te seguirían.
Ese es el problema con vos, Ichinén, muchos siguen tu ejemplo. Lo cual es peligroso,
muy peligroso. No es sensato oponerse a mí, como descubrirás.-
-¿Vas
a matarme ahora o solo me vas a seguir aburriendo con tu perorata
inaguantable?-le pinchó el guerrero, rogando porque Valdemar y el ejercito real
llegaran a tiempo.
El
guerrero se veía perdido pero si la distracción funcionaba, el ejército
rescataría a Innocenza. Rokuten sonrió malignamente y estiró su mano, haciendo
que sus dedos se estiraran semejando a una diabólica garra.
-No,
no voy a matarte. Lo que pienso hacer es que sufras, mucho, intensa y
largamente. Sufrimiento incesante, por oponerte a mí. Sufrir como un mono
encadenado en la oscuridad infinita. Tu especie son solo simios sobrevalorados,
Ichinén. Me causan la más grande repulsión, un asco tan profundo que los
encadenaría al páramo desolado y frío del infierno de mi reino, para que se
perfumen con la ceniza antigua y el hedor de la mugre rancia. Donde perteneces,
por familia y por destino.-
Finalizando
su monologo, el Rey Demonio clavó la formada garra en el costado derecho de
Ichinén. El guerrero solo se quedó quieto, sin poder moverse o siquiera
quejarse. El pecho tenía toda la mano de Rokuten hundida, casi hasta la muñeca
del demonio. El diabólico ser lo alzó como si fuera un muñeco en su mano y lo
mostró a los presentes, quienes rieron.
-El
guerrero Ichinén, el lobo de Menkalinam, convertido en apenas un perrito
faldero. Como debe ser.-
Con
un gesto de desprecio y repulsión, lo lanzó lejos, lo que generó más carcajadas
entre los demonios.
-Sos
únicamente un juguete roto, Ichinén.-comentó Rokuten.
Innocenza
había gritado horrorizada de ver lo que le hacían a la persona que amaba.
Rokuten se giró a ella, que mostraba sendas lágrimas cayendo de sus ojos.
-Sufrir
por amor, es lo que van a lograr con ese sentimiento, siempre. No sirven para
nada más.-acotó el Rey Demonio.
Ichinén
se removió e intentó girarse a ver que ocurría, el dolor era intolerable. Le
era imposible pararse y no porque lo intentara, el cuerpo no le respondía.
-No
importa cuanto nos tortures, no nos vamos a doblegar. Mi reino siempre va a
combatirte.-le espetó Innocenza, desafiante.
Ichinén
quiso gritarle que no dijera nada, que eso la haría peligrar. Rogaba
internamente que la ayuda llegara pronto, sentía el sonido cada vez más cerca. Intentó
hablar para que no dijera más, o distraer a Rokuten, pero nada salía de su boca.
Estaba sin aire y completamente agobiado del dolor.
-Tu
desafío es tonto y carente de diversión. Puede que en el pasado me
entretuviera, pero hoy…-le refirió Rokuten, tomando la espada que un naga le
tendía.-… la reina impertinente se acaba.-
El
Rey Demonio del Sexto Cielo hundió la espada en el cuerpo de la reina, hasta
casi la mitad. Ella solo soltó un quejido y de su boca brotó sangre. Ichinén
quiso gritar, pero nadie oyó su ahogado lamento sin aire. Mientras los demonios
reían y Rokuten devolvió la espada asesina, el ejército hacía su entrada.
-Tarde
para salvar a su reina.-se mofó el demonio regicida.-No te preocupes, Ichinén.
Las heridas tuyas son dolorosas, pero vivirás. Vas a vivir para sufrir, como es
mi deseo. Vas a penar por tu amor perdido, por todo lo que vas a perder en el
futuro si continúas en esa senda que determinaste. Las dificultades surgirán
sin falta, a todo aquel que se opone a mí.-
-Voy
a matarte…-musitó Ichinén, escupiendo sangre.
-No
podés matarme, es lo bueno de ser un demonio, una entidad inmortal, existimos
por siempre. No podrás matarme, aunque lo desees con toda tu alma.-
Rokuten
rio divertido y luego ordenó la retirada por un portal que un grupo de nagas
estaba creando. En ese preciso instante, el ejército real entraba por tres
senderos y atacaba a los demonios. Ichinén se arrastró como pudo, al ver que era
ignorado por Rokuten y los otros demonios. Sin fuerzas, pero con desesperación,
se acercó a Innocenza y se arrodilló a su lado. Intentó abrazarla, pero ella solo
expiró tres segundos después de que se acercara. Valdemar llegó al rato, viendo
la escena tan temida. La reina estaba muerta, en brazos del guerrero, que
lloraba sin poder respirar bien. Aunque carecía de fuerzas, de aliento y de
chances de gritar, Ichinén soltó un rugido de odio y sufrimiento hacia el
cielo.
En
algún otro mundo, algo lejano, Teban abría los ojos y se giraba a Dulce y
Victoria, Maverick estaba un poco más allá.
-Lo
encontré! Victoria, sé donde está Ichinén.-
Los
demás lo miraron, con una gran esperanza en sus ojos, pero dudaron al notar
algo raro en la expresión del gato.
-Pero…
siento un profundo pesar, un gran sufrimiento que él está atravesando. Ichinén
está sufriendo, Victoria.-
Nunca
verás a un gato llorar, ellos no pueden hacerlo. Pero el dolor que el felino
sentía en su amigo, le hacía enjugar los ojos verticales, como si estuviera a
punto de derramar lágrimas de pena.