-¿Cómo
es que me encontraste?-
El
gato apenas giró su faz de pelaje como enmascarado en gris.
-Eres
un Shomon.-
-¿Y
eso que significa?-
-Uno
que escucha las enseñanzas.-
-¿Cómo
sabés que escuché nada? No soy tal cosa.-
-Bueno,
solo puedes serlo si decides que así lo deseas.-
-Está
bien, quiero hacerlo. ¿Es necesario para encontrar a este maestro?-
El
felino giró su rostro y parpadeó lentamente, como solo los gatos pueden
hacerlo, con extrema elegancia.
-Para
ser un shomon, aquel que escucha las enseñanzas, debes callarte. Para escuchar
es necesario guardar silencio.-
Ichinén
quedó desorientado ante la respuesta brusca del gato, pero antes de argumentar
prefirió seguir el consejo y guardar silencio. Severo era el nombre del gato,
severo era su carácter.
-Un
Shomon no es solo aquel que escucha las enseñanzas. No únicamente eso. Sino que
también las pone en práctica.-refirió el gato mientras seguía andando, pero el
guerrero se mantuvo mudo.
No
deseaba ser amonestado nuevamente por el animal. El camino continuó
zigzagueando entre raíces y troncos, mediando ramas y hojas.
Atravesando
el bosque, llegaron finalmente a la estación de paso, llamada “Shitei funi”. Arhat
Jina se encontraría allí. Era un edificio de madera, aunque más bien parecían
varios juntos, superpuestos unos sobre otros. Unas cúpulas que amagaban alzarse
o intentaban ser cúpulas, coronaban las edificaciones.
Una
vez en la puerta, el gato se sentó sobre sus patas traseras y se lamió una
pata. Ichinén lo miró sin entender. El felino se lavó durante un rato antes de
dirigirse al guerrero.
-Debes
entrar solo, yo no puedo hacerlo.-
Ichinén
asintió, no pensaba argumentar con el animal, ya que parecía tan seguro. Debía
tener sus razones para que se viera impedido de entrar o quizá le estaba
prohibido, no importaba mucho.
Trasponiendo
la entrada principal se encontró con un lugar muy concurrido, donde mucha gente
iba y venía, haciendo cambios o tramites en diversas mesas en diferentes
cuartos o rincones. El guerrero se acercó a un hombre que al parecer no estaba
ocupado en ningún menester.
-Disculpe,
señor. Estoy buscando a alguien a quien llaman el “Arhat Jina”. Es un gran
maestro.-
El
hombre lo miro sorprendido pero sonriente.
-Se
encuentra en la ceremonia del monte, la del aire. ¿Sabés como llegar?-
Ichinén
se encogió de hombros, mostrando que ignoraba aquello. El hombre se limitó a
palmearle el brazo y señalar a su izquierda.
-Esa
puerta con la manija dorada, esa es la que debes tomar para llegar a la
ceremonia. Aun transcurre, así que debes apurarte para no perderte nada.-
-¿Allí
encontraré a quien busco?-inquirió el guerrero.-
-Claro,
el es quien preside la ceremonia.-respondió el hombre agitando su mano en el
aire, para luego dejarla en su rodilla.
Ichinén
le intrigó saber si habría una ceremonia de la tierra, del agua o del fuego.
Pero pensó que quizás el nombre era solo figurativo. Algo referente que estaban
al aire libre, en los fondos de la estación de paso y nada más.
La
manija giró con rapidez y el guerrero cruzó la puerta, cerrándola mientras
miraba delante suyo. Al principio no entendió, pero luego lo hizo mucho menos.
Ante sus ojos solo se veía un descampado monte, una ladera donde no había nada.
Nada que no fuera un bello pasto de verde brillante y unas pocas rocas
diseminadas en la suave pendiente. Al intentar girar y volver atrás, para
decirle al hombre que le había indicado la puerta equivocada, descubrió que no
había nada tampoco a su espalda. O bien la puerta se había desvanecido o él
estaba en otro lugar muy lejos. Miró en derredor con cierta ofuscación. Se
sentía estafado, por el gato y por el sujeto que le había marcado el camino. Lo
habían engañado, y muy groseramente. Ichinén seguía rumiando con bronca,
mirando el suelo y pateando distraídamente una piedra. Aquello era una
conspiración sin sentido, algo no le cerraba. Era un engaño demasiado elaborado
para lograr nada. El guerrero no pensaba desistir de su camino solo porque lo
mandaran lejos. No, algo más estaba ocurriendo allí. Una sombra, como de una
nube sobre el suelo le atrajo la atención. Se quedó congelado como estaba, en
su mente se había formado una idea, en forma de epifanía. Ichinén alzó los ojos
al cielo y la vio. La ceremonia del aire. O más bien, la ceremonia en el aire.