2/18/2020

63-El amo juega al esclavo

El joven Angewiesen, Angus o Ang en su versión más simple, ya había sido rebautizado Ichinén cuando visitó con su padre la capital de Mitjaval. Estos hechos tienen otro episodio que fue comentado en una crónica anterior. (Véase 52-Nuestra hora solemne) Cuando defendió a dos niñas de tres bravucones, dando por resultado que cayera al suelo sujetando el mantel de la mesa del banquete. Ichinén fue tomado por las orejas, bañado en sopa de tomate y con restos de pollo picado en el cabello. Una de esas niñas, la había reencontrado hacía no muchos saltos por los mundos, la ruda e implacable Lady Engel. La cual lo estaba por mandar a ejecutar por entrar en Taranis sin permiso. Toda gente muy simpática en esas tierras taranas! 
El camino a Anthurium, capital del reino, estaba flanqueado por las más hermosas flores a la vera del camino. Árboles centenarios creaban una bóveda verde en algunos tramos. Para los ojos de un niño de once, aquello era el súmmum de las maravillas. Su felicidad durante ese viaje, no tuvo parangón en toda su vida previa y posterior. Dejando de lado el final, que aunque terminó siendo reprendido y tratado injustamente, el trayecto iba a quedar grabado como algo idílico, muy profundo en su interior.
Hoy, mientras avanzan por el mismo camino o similares, junto su extraña y diversa comitiva; Ichinén siente una gran desazón. No más árboles, en algunos sitios ni siquiera un tocón que dé cuenta que antes hubo algo allí. No más flores, nada vivo crece en los secos y muchas veces marchitos arbustos. Pocos animales, casi nunca algo de tamaño considerable, apenas ven carroñeros. Y lo más escalofriante de todo, muy poca gente. La reducida población que encuentran parecen más una sombra de vida que tener un hálito de respiración. Nadie se acerca a verlos, ninguno le dedica más que una mirada de desconfianza, algunos incluso huyen rápidamente al verlos llegar a lo lejos. Los asturien son un pueblo de guerreros duros y curtidos, pero incluso ellos se remueven inquietos mientras acompañan a Ichinén.
-Algo no me está cerrando.-comentó Teban, el gato guía de Ichinén.-No siento portales cercanos en estas tierras.-
-¿Eso qué significa?-replicó el guerrero.
-O no los hay porque fueron destruidos con alguna clase de magia o alguna criatura está interfiriendo mi capacidad para sentir o convocarlos.-explicó el felino, lamiendo luego su pata delantera.
-¿Hay alguna criatura que podría interferir en esa capacidad de los felinos?-inquirió Johan, el trovador de la partida.
-“Hay más cosas entre el cielo y la tierra, Horacio. Que las que sospecha tu filosofía.”-respondió Teban con una cita teatral, algo que ninguno entendió como tal, ya que el gato sabía más cosas de otros mundos que todos esos humanos juntos.
Avanzando por el camino, cruzaron espadas con algunos bandoleros y los hicieron correr, los que fueron algo inteligentes. Los que tuvieron más osadía que sesera, quedaron en el camino, o a su costado. 
-Lo que ocurrió en mis tierras es triste, pero aquí parece mucho peor.-acotó Elintari, la guerrera elfa.
Galja desbordada por un tsunami, el archipiélago orco desaparecido, la isla Kerkyra, bueno… Si el mundo ya estaba bastante vapuleado, Rokuten y toda su prole de demonios estaban despachando lo que quedaba. Aunque no galopaban a la carrera, algo inquietaba a Ichinén a moverse rápidamente. ¿Cuánto faltaba para que le tocara a Astur? ¿O a Taranis? ¿O incluso a su antiguo hogar en la Corona de Azalays?
Algo no estaba bien en todo aquello, algo lo carcomía por dentro, una extraña sensación de alarma. Pero no podía encontrar la razón, salvo la desolación a su alrededor. Aunque eso entristecía, no alarmaba. Existía algo que no encajaba bien en todo eso. No podía sacarse la idea de la cabeza, esa voz instintiva que le indicaba peligro y más peligro.
-Milord, mire. La capital.-informó uno de los soldados de Astur.
Ichinén fijó la vista en la lejanía y puedo contemplar algo tan hermoso como espeluznante. La fastuosa ciudad era casi tan similar a como la recordaba de niño. Conforme se fueron acercando, más se dio cuenta que alguien había reconstruido los edificios de la urbe, no así con los alrededores del reino. Estaban por llegar a las puertas, que no parecían estar demasiado fortificadas o enteras, cuando un batallón de soldados les salió al encuentro. Llevaban los uniformes rojos o en tonos de escarlata y anaranjado, propios de los nativos de Mitjaval y sus casas gobernantes. Ichinén no llevaba sus colores azalayanos, azul o celeste, pero esperaba poder presentarse antes que ir directo a una confrontación.
-Alto. ¿Quién lidera este ejército y que intenciones trae?-vociferó el que parecía el líder de la comitiva.
Elintari estaba pronta a desenvainar, pero Ichinén la refrenó con una mirada. El duque de Azalays se apeó y con las manos abiertas en alto se presentó.
-Soy Ichinén, duque de Menkalinam, de la corona de Azalays. Vengo a ver a quien esté como regente en el castillo.-respondió el guerrero, sabiendo que no había un rey desde el Gran Caos.
Los soldados se miraron y él creyó que aquello no terminaría bien, de nuevo. Por extraño que pareciera, los guardias bajaron las armas y le dieron el saludo formal que amerita a alguien de una casa noble, aunque sea de un reino periférico.
-Bienvenido, milord. El marqués de Alstroemeria lo recibirá de inmediato. Pero no puedo dejar que todo su ejército entre al castillo, son órdenes.-
El tan temido “ejercito” eran apenas unos pocos asturien, algunos elfos que no habían viajado a la frontera con Azalays, Johan y un gato. Ichinén se hizo acompañar por Johan, Teban, Elintari y dos asturien nomás. No deseaba levantar suspicacias. Entrando en la ciudad, todos los soldados se cuadraban y saludaban marcialmente. Aquello le pareció exagerado o fuera de lugar a Ichinén, pero no podía precisar la razón. En el interior del castillo, fueron conducidos a pie, por un ayudante de la corte, vestido muy elegante. Cada sirviente que cruzaban, saludaba con una larga reverencia. 
-¿Qué le pasa a esta gente?-musitó Elintari, cuyas costumbres eran bien distintas en su Galja natal.
Sin embargo, a Ichinén le llamaba la atención también, no recordaba costumbres tan serviles ni en los viejos tiempos del rey Artus, previo al Gran Caos.
El salón al que finalmente llegaron, más que ostentoso era grosero por demás. El lujo, el oro, los elementos acumulados incluso de forma algo brusca; daban una referencia barroca que no era de ese mundo.
-Marqués, presento al duque de Azalays, Ichinén, hijo de Rudolf.-
El marqués de Alstroemeria era un hombre de su misma edad, con una gran barba, algo desordenada, haciendo juego con el cabello castaño claro, con un largo más allá de los hombros. La armadura que vestía, parecía más de duelos para justas que para la batalla. Alrededor de dos mesas a los costados, se encontraban innumerables señores o caballeros, que miraban a Ichinén de forma torva. Eso no tranquilizaba mucho y solo acrecentaba la alarma interna. Elintari parecía una serpiente a punto de saltar al ataque.
-Bienvenido, duque Ichinén. No creo que nos hayamos conocido anteriormente. Tampoco tenía conocimiento que quedara algún gobernante en esas tierras luego del Gran Caos.-comentó el marqués sureño.
Alstroemeria, como recordaba Ichinén, era la marca al sur de Mitjaval, en la frontera con Taranis. Esa tierra debía su nombre a unas bellas flores que crecían por todo el lugar. Aunque luego del Gran Caos, quizás fuera dudoso que aun existiera, el nombre permanecía. El marqués se largó a una larga perorata, exaltando las relaciones fraternales entre Mitjaval y Azalays, las cualidades de Ichinén aunque poco sabía sobre él, y sobre todo como estaban reconstruyendo el reino. Ichinén alegó que había estado muy lejos, de viaje y buscando regresar. No aclaró que los viajes eran en otros mundos, universos alternos y cosas así; o las cabezas de los presentes explotarían o las suyas rodarían, si los tomaban por delirantes. El marqués de Alstroemeria continuó con su relato de las hazañas logradas, las mismas que Ichinén no pudo ver de camino, pero que el hombre alegaba existían. Parecía encantado con el sonido de su propia voz. Se lamentaba estar tratando siempre con gente bruta y sin cultura, luchando por lograr la reconstrucción.
-Pese a las oposiciones de la Dama Blanca, hemos logrado muchos avances en Mitjaval.-repuso para finalizar el anfitrión, mostrando su desprecio en la mirada.
-Me han hablado algo de esa duquesa… de Altahea. ¿No es cierto?-preguntó el azalayano, recordando algo sin precisión.
-Ciertamente, mi querido duque. La señora se niega a conformar con nosotros el consejo de nobles, con el fin de nombrar un nuevo rey y recuperar una línea sucesoria para la continuidad de Mitjaval. Ha divido al norte con el centro y sur, llevándose a algunos traidores con ella, formando el reino rebelde de Caerleon.-explicó el marqués.
Aquello se estaba volviendo una intriga política para la cual, veía Ichinén, no había tiempo. Intentó comentar la razón de su llegada, pero el noble al costado del marqués lo interrogó para conocer sus orígenes. 
-Su padre es Rudolf, duque de Menkalinam. ¿Es así?-
-Correcto. Hijo de Ulfrid.-completó el guerrero.
De forma intempestiva, un encapuchado levantó repentinamente la cabeza, la tela marrón onduló de forma demasiado súbita como para que Ichinén no lo viera. Debajo de esas ropas, unos ojos celestes con barba y bigote blondos lo miraban fijamente.
-¿Qué le ocurre a este sujeto? ¿Y porque reacciona así al oír mi genealogía?-pensó el guerrero para sí.
-Bueno, bueno. Dejemos descansar al duque y su séquito.-ordenó el marqués como un buen anfitrión que se precie.-Son muy bienvenidos y por eso, daremos un banquete para agasajarlos, no bien los siervos lo tengan listo.-
A una seña, el ayudante que los había guiado los llevó a unas habitaciones en un ala del castillo. Ichinén giró el rostro al salir, para buscar al encapuchado, pero no lo vio. Si algo le daba mala espina, la reacción de ese sujeto era como una daga clavada en su espalda.
-Simpático el marqués, solo me miró treinta veces el escote.-comentó Elintari con ironía.-Las conté.-
-Debe sentirse a gusto en este castillo, que parece ver como propio.-agregó Johan, un poco sonrojado ya que ella lo había descubierto haciendo lo mismo en ocasiones aunque no de forma tan evidente.
-Pese a que es algo grosero, pareció estar contento con nuestra llegada.-manifestó uno de los guerreros asturien, el llamado Reuel.
Una voz apaciguada cruzó el cuarto, lo que hizo saltar a más de uno, Elintari fue la primera de todos.
-Yo no confiaría en el marqués ni aunque dijera que está lloviendo a cántaros. Abriría la ventana para confirmarlo.-
El que había hablado era el encapuchado del salón, quien no pudo seguir hablando, ya que una mano élfica le sujetó el cuello.
-Elintari, espera. Que explique sus intenciones.-la refrenó Ichinén.
El extraño se tiró la capucha hacia atrás y miró fijamente a Ichinén, mientras se arreglaba la ropa en el pecho.
-¿Ciertamente eres el hijo del último duque de Azalays?-
-Soy el duque ahora, ya que mi padre falleció durante la guerra del Gran Caos. ¿Qué hay con eso?-
El sujeto asintió con aire preocupado, como si confirmara algo que temía en gran medida.
-¿Qué? ¿Qué es lo que pasa? ¿Quién es usted?-se impacientó Johan, casi tanto como Elintari que ya estaba por desenvainar.
-Mi nombre es Malcom, disculpen mi intromisión. Pero todas sus vidas corren peligro. En especial la de Ichinén.-
El guerrero lo miró como diciendo que era casi evidente en un mundo asolado por demonios, destruido por un caos arcano y sumido en el desorden completo. Era como decir que te mojás si caes al mar.
-No, no me entiende.-repuso Malcom.-El marqués de Alstroemeria tiene la clara intención de ser el próximo rey, una vez que venza a los rebeldes del norte. Es el número 86 en la línea de sucesión.-
La rota línea de sucesión, terminada en Artus y su hijo no coronado, retrocedía a los primos del rey. Si no los hubiera o estuvieran muertos, seguía retrocediendo hasta que encontrara antecesores vivos o capacitados para gobernar. Se había hecho así, en casos de reyes sin descendencia, muertes masivas de una casa noble por pestes o guerras; o cualquier otra desgracia que rompiera la línea genealógica.
-Bien por el marqués!-exclamó Ichinén con total sinceridad.-Lo que haga o deje de hacer me tiene sin cuidado.-
Malcom se le acercó con una mano en alto, que casi le vale un ataque por parte de la elfa.
-No, milord. No me está entendiendo. Yo conozco las genealogías de Mitjaval, tan bien como su historia. Sé quiénes son propicios para ser reyes y quiénes no. Pero en esta elección del consejo de nobles, pesará siempre la línea sucesoria. Si el marqués es el número 86, usted milord Ichinén, es el 64.-
El guerrero abrió grandes los ojos, maldiciendo el contratiempo. Venía por una cuestión importante y terminaba enredado en banales rencillas por el poder.
-En tanto hablamos, el marqués está enviando a cada soldado a este cuarto, con la intención de matarlos a todos.-explicó Malcom.
-¿Cómo estás tan seguro?-inquirió Johan, temblando un poco.
-Porque ya ha ocurrido con otros nobles que estuvieron aquí. Extermina cualquier oposición o competencia.-
Todos se miraron, anonadados. Estaban cayendo en cuenta de la trampa, o sobre ella. Elintari miró al duque de Azalays, que permanecía con la mirada fija y concentrada.
-Saquen sus armas.-susurró simplemente Ichinén.
Mientras, un gran estruendo de pasos se escuchaba acercándose por el corredor.