1/27/2020

62-Los ocho vientos.

En el camino que llevaba hacia la capital de Anthurium, en el reino de Mitjaval. El guerrero Ichinén se acercó con su comitiva hasta el interior del reino. Por donde pasaban, encontraban desolación. Pueblos abandonados, campos yermos, muy escasa población. Los pocos que seres humanos que habían cruzado, escapaban al ver el nutrido y variopinto grupo que encabezaba el guerrero. Aunque distaba mucho de poder llamarse un ejército, ni tan siquiera eran cercanos a la mitad; para los lugareños podían resultar amenazantes. Es por esto que bordeando las montañas, ya con el sendero a la capital bajo sus pies, Ichinén se alejó de la comitiva en un momento que pararon a descansar. Estaba subiendo una loma para poder otear el camino en declive que tenían por delante. No supo entender como, ya que estaba acostumbrado a trepar montes y otras elevaciones, pero el piso cedió bajo su peso. Su pensamiento en ese instante fue lo ridícula que sería esa muerte. ¿Cómo murió el duque de Menkalinam? Ah, se descoyuntó el cuello, en una montaña camino a la capital de Mitvajal. Estaba seguro que su amigo Johan, no cantaría una canción que pudiera remontar esas circunstancias.
Tosió al aterrizar sobre sus posaderas, mientras trataba de aclarar la cabeza y ver donde estaba. Apenas echar un ojo para arriba, se percató que aquello no era una opción. El pozo donde había caído era totalmente empinado y no presentaba condiciones para poder treparlo. Pese a todo, intentó hacerlo, apoyándose contra una y otra pared del túnel. Pero no más de intentarlo, cierto musgo o verdín en las paredes lo hacía resbalar. No se puede negar que Ichinén es tozudo, pero la realidad terminó por imponerse.
-Milord, se encuentra bien?-escuchó la voz de Elintari desde arriba.
-Ichinén. Acaso tropezaste?-inquirió el gato junto a la elfa.
-No, Teban. Lo hice para que mi gato se entretenga con su humano.-ironizó el guerrero.-El piso cedió, claro que terminé tropezando y por poco no me desnuco.-
-No siento ningún portal ahí abajo, de hecho, no percibo nada, como si eso fuera un pozo de ceguera para mi.-explicó el gato a su compañero de viaje.
-Un gato guía, me lleva por incontables mundos paralelos, pero no me puedo sacar de este atolladero.-comentó Ichinén, no sin cierta amargura.
-Voy a ver si consigo una soga.-replicó la dama élfica.
-Dudo que tengan una tan larga.-respondió el duque.-Aquí hay túneles, puede que encuentre otra salida.-
Mirando en la impenetrable penumbra, distinguía una pared que se bifurcaba. Comenzó a caminar y trató de armar una antorcha pero una brisa ligera que volaba la poca llama que lograba generar. Siguió a tientas cuando sintió que alguna luminiscencia le marcaba el camino, algo que no estaba seguro si provenía de las paredes o del camino delante. El leve resplandor lo terminó orientando a una inmensa bóveda en la que se encontró con varios túneles. Se giró sobre si y descubrió que el túnel por el que había llegado allí, ya no estaba. Aquello era muy perturbador, pero se concentró en el problema enfrente suyo. Un viento que provenía de uno de los túneles, lo golpeó de repente y lo hizo trastabillar hacia atrás. Su visión y mente se nublaron.
La caverna ya no estaba allí, era una ciudad, algo que se le hacía familiar pero no del todo. Caminó o creyó hacerlo por unos escasos metros.
-Esto es Menkalinam, es mi ciudad natal.-exclamó sin poder creerlo, era mucho más grande y lujosa de lo que la recordaba.
Pero algo estaba mal, Ichinén sabía que aquello no podía ser real. Era una Menkalinam que sería real en un mundo donde no la hubieran destruido los demonios. Y ese no era su mundo. Ese pensamiento lo volvió a la caverna, y esta vez sintió una ventisca de la dirección contraria. Al parpadear, observó la misma Menkalinam de antes, pero esta vez en ruinas y con incendios por todas partes.
-Por todos los bodhisattvas! Cuál es la versión real? La prospera ciudad o la que se encuentra destruida?-
La visión era enloquecedora, pero Ichinén desconfió de lo que percibía.
-Aquí hay alguna especie de engaño. Pero no entiendo el objeto.-se dijo a sí mismo.
Un nuevo viento, apenas un segundo en la realidad de la caverna, y vuelta en la visión. Esta vez con gente que lo señalaba.
-No estabas aquí, duque, le fallaste a esta ciudad. Es un ser vil y mezquino.-le gritaban.
Ichinén intentó explicar que en la guerra, había terminado en el infierno, prisionero y torturado. El siguiente ventarrón lo volvió a la Menkalinam luminosa. En esta versión, la gente lo ovacionaba y un hombre con aspecto de funcionario de la corte lo condecoraba. Ichinén no entendía muy bien porque deseaba ponerle una medalla en el pecho, o que había hecho para merecerlo. El guerrero veía con la misma extrañeza a la gente que lo honraba como a la que lo defenestraba.
El viento seguía cambiando y la gente ahora lo perseguía por entre la destruida ciudad, le arrojaba piedras y corrió con espadas en alto. Esto le hizo acordar cuando había estado en el mundo del tercer maestro, donde unos corruptos soldados habían querido asesinar a Nichirén. Ante un nuevo cambio en el aire, la multitud lo aclamaba como héroe y vitoreaba su nombre. No entendía que clase de trampa mortal podía ser esa. Quizás alguna brujería demoniaca que había quedado alojada en esa caverna. No tenía sentido que mostraba algo muy positivo y su extremo contrario. Volvió a verse en la caverna y casi se desmaya en el suelo, se enderezó en el preciso momento en que otra ráfaga de aire lo golpeaba. Sabía que ahora vendría algo desagradable, se sentía como una pelota en un juego de ida y vuelta. No se equivocó, estaba ahora bajo techo, en un salón donde estaba siendo enjuiciado y condenado a muerte. El que oficiaba la ceremonia, golpeaba con un martillo en una mesa.
-Esto no es real, esto no es real.-gritó el guerrero.
Por segundos, vio de nuevo la caverna, que había cambiado nuevamente su configuración. Algo más pasaba en todo eso y se le estaba escapando como los vientos que lo azotaban. La visión se deformó completamente, como un sueño que cambiaba de escenario en borrones oníricos. El salón era todo oscuridad, solo podía distinguir a una figura femenina. No supo porque, pero esa silueta le ponía en alerta, algo era incómodamente familiar. Al girarse, la mujer que veía era Innocenza o Victoria. En tal caso, era casi lo mismo. Innocenza era reina en un mundo, la versión de Victoria en ese universo que visitó. Tanto una como otra eran la contraparte en cada universo, con diferencias claras, pero en casi la misma. Acercándose más allá, la vio más parecida a Innocenza. La llamó por el nombre y cuando ella parecía que le respondería, de su boca brotó sangre a borbotones.
-Noooo.-gritó mientras corría desesperado.-No me hagas pasar por esto de nuevo.-
-Ella murió por tu culpa, el rey demonio la asesino por tu causa.-escuchó decir a Valdemar, algo similar a lo que el ayudante de Innocenza le había indicado acusadoramente en su momento. Ichinén cayó de rodillas y deseó que nada de todo eso fuera real. Aunque Innocenza si estaba muerta en verdad y su reino entero estaba destruido, aunque no sabía si tanto como lo había visto en esas visiones.
El octavo viento se llevó la imagen del cuerpo yacente de Innocenza y lo dejó frente a Victoria. La princesa de Kosen Rufu, se acercaba a él y le lanzaba los brazos al cuello.
-Sé que me deseás, Ichinén. No me mientas.-decía la Victoria de esta visión, con una actitud que Ichinén sabía que no era verdad, pero que a la vez sentía agradable.-Deseas que no lleguemos a mi tierra para que así no pueda que casarme, querés quedarte conmigo. Eso es posible. Podemos estar juntos, si sos así de egoísta.-
-No, no es verdad, me comprometí a guiarte a tu hogar.-exclamó el guerrero, sacudiendo la cabeza.
-Vos querés que sea tuya.-siguió diciendo esa ficticia Victoria.
-No es así, no haría eso.-
Las visiones se agolparon, rápidamente pasaban de estar en Menkalinam destruida a la floreciente ciudad. De ver gente que lo aplaudía a gente que lo perseguía con intenciones asesinas. De estar junto al cadáver de Innocenza a estar junto a una Victoria que lo besaba. La vorágine de imágenes lo mareaba y sentía que las rodillas le temblaban. En ese huracán que parecía engullirlo, en el ojo de la tormenta, sintió como un susurro. Era la voz del tercer maestro, Nichirén Daishonin.
-“El hombre realmente sabio no se dejará arrastrar por ninguno de los ocho vientos: prosperidad, decadencia, deshonra, honor, alabanza, censura, sufrimiento y placer. No se regocija por la prosperidad ni lo aflige la decadencia. Las deidades celestiales, sin falta, protegerán a la persona que no se deje influir por estos ocho vientos.”-
El guerrero Ichinén, duque de Menkalinam; abrió los ojos. Y se vio ante la tormenta de imágenes y sensaciones.
-Recuerda quien eres.-se decía a sí mismo.
Y en voz alta manifestó, mientras desenvainaba a su espada, Daimoku.
-Yo soy Ichinén.-
El grito resonó en la caverna y la espada vibró con el sonido del universo, golpeando a su vez al remolino de realidades que pasaban delante de los ojos del guerrero. El estallido de luz, disipó toda ensoñación y ya no hubo más que la silenciosa y oscura caverna. Ya no había túneles o bifurcaciones, solo una larga explanada que a lo lejos terminaba en una puerta de roca.
-Gracias por sus enseñanzas, maestro.-
Con la luminiscencia de la espada que aun vibraba al son del universo, Ichinén se encaminó a la salida. Luego de varios desvíos y subidas, logró salir a la superficie. El sol lo deslumbró por un segundo, pero al acostumbrarse al cambio lumínico, examinó los alrededores. Desde ese costado de la montaña, podía ver la capital del reino. A lo lejos, estaba Anthurium, el lugar adonde se dirigían. Fue en busca de sus compañeros, en bien de alentarlos a seguir, sabiendo que el objetivo estaba cerca. Lo que no vio Ichinén, fue la figura femenina que lo seguía de lejos. La capucha le ocultaba la cara, y por una muy buen razón, aquel era un rostro muy familiar para el duque. Quizás un poco demasiado.